viernes, 31 de octubre de 2014

Esa parte de la ciencia-ficción donde los seres humanos suelen ser una mierda

:: ENTREVISTAS ::

Los marcianos y las chanchas


31-10-2014 | 

Félix Bruzzone habla de la novela Las chanchas: “Trato de no hacer una novela de César Aira, o ese tipo de escrituras donde todo puede suceder y da igual porque lo único que importa es el lenguaje”, dice.

Por Juan González del Solar.


félix bruzzone
Tu madre y tus hermanos están afuera y te quieren hablar.
¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?
Mateo 12, 47-48
Félix Bruzzone nació en agosto de 1976, publicó el libro de cuentos 76 y las novelas Los toposBarrefondo y, muy recientemente, Las chanchas, además de cuentos y textos varios en múltiples antologías. Ha dado una larga lista de entrevistas que amplían y sustentan la que han de leer ahora, orientada principalmente a su última novela.

La novela comienza con «Es un día cualquiera en Marte». Enseguida, conocemos a los marcianos, que son amigables, pseudohumanos, comen cotorras, están colgados en los árboles, viven en las periferias de la ciudad, “del otro lado de la autopista”, etcétera. Qué podrías contar de este Marte y estos marcianos, cómo trabajás las lecturas alegóricas que pueden darse constantemente en tu novela, con los riesgos que eso supone.

—Sí, está muy al límite. Primero, creo que es un homenaje a Crónicas Marcianas, eso siempre lo tuve en mente. Es uno de mis libros favoritos, supongo que mi primer libro de la adolescencia es ese, y después lo seguí leyendo, hasta el día de hoy, cada tanto lo agarro. Tiene cosas muy geniales… y representa esa parte de la ciencia ficción —es un poco Bradbury en general— donde los seres humanos suelen ser una mierda; Marte es una excusa para contar lo mismo que pasa acá desde una distancia que curiosamente hace todo más reconocible, y nos da miedo.
Al principio, lo que había pensado era que la única referencia a Marte fuera esa, y que quedara ahí, una falsa expectativa total. Después me pareció que era un chiste un poco malo y empecé a ver de qué modo el narrador, Andy, se relacionaba con esa sentencia, “estamos en Marte”, y ver de qué modo pensarse en Marte no era solo un chiste; porque yo creo que para él es un chiste pensarse en Marte. Él mismo se siente lejos de todo; pensarse en Marte tiene que ver con eso aunque no lo especifique en ningún momento. Uno podría pensar que está en Marte, para que él piense que está en Marte efectivamente. A partir de que me di cuenta de eso empecé a ver al personaje extrañado de sí mismo, de su propio entorno. Para construir al personaje, esa percepción del espacio donde vive me parece que contribuía, ya que no construyo personajes prácticamente, no los construyo en un modo convencional, no aparece la descripción de Andy, la descripción de su familia, va apareciendo, se va formando… bueno, eso era algo más.
Con los marcianos es donde entra el problema del límite. Uno se podría preguntar si están o no están, si existen o no existen. Como todo está visto desde Andy… evidentemente, para Andy hay una… Atribuye a los marcianos características que cualquier clasemediero semiconservador del Conurbano atribuiría a los negros, básicamente: «Y en la noche los marcianos rompían todo. Rompían por romper, para hacer daño».
Creo que sirve también para no hablar, para condensar otras cosas, no solo una situación actual que uno podría ver, una lectura de los negros que hay. Mis vecinos piensan como Andy, tienen pensamientos semejantes. No son negros, no sabemos si son marcianos, no sabemos si existen. Solo Andy ve marcianos. Los marcianos son el otro, son la amenaza. Y a la vez son seres que cumplen con muchos de los requisitos que uno espera en el otro, pueden ser malos, pueden ser serviciales… pero igual se los usa.

Decías que te sentías agotado del tema de los desaparecidos en tu escritura.

—Más que agotamiento, me dan siempre ganas de hacer otra cosa. Algo no esperable incluso para mí. Pero siempre vuelve, vuelve de formas distintas, eso también me parece atractivo. Eso habla del no agotamiento, como si siempre estuviera encontrando la forma de volver sin repetir. En Barrefondo, se volvía de una manera espacial, cuando aparecía la zona de Campo de Mayo, cosas que ahora me están interesando para manejar otros textos que estoy laburando —hay uno en concreto—. En Las chanchas me pasaba lo mismo, incluso desde pensarlo en Marte; de hecho, al principio la novela iba a ser solo la parte de Andy, por lo cual iba a ser toda en Marte. De alguna forma lo es, pero bueno. Evidentemente, pensarla de ese modo alejaba todavía más la posible aparición del tema desaparecidos, pero en determinado momento del desarrollo me di cuenta de que la mujer de Andy era Romina, un personaje de Los topos, entonces me generaba mucha curiosidad ver qué había pasado con Romina, por qué estaba ahí, hacerme esas preguntas alrededor de ella, y también me daba cuenta de que, como con tantos otros personajes de Los topos, no sabíamos mucho de Romina, yo no sabía mucho de ella, al punto que decidí darle voz, y Romina empieza a hablar. Y de pronto pasa a ser tal vez el personaje central; muchas veces me pregunté si la novela no debería llamarse Romina.

Es el único personaje no geminado, de alguna manera está sola, del sometimiento del que son víctimas los personajes, y él dice que sí, pero que en ella el sometimiento es distinto porque Romina está sometida a ella misma, ella tomó las decisiones. Igual que Gordini. Hasta que convenimos en que todos, en cierta forma, están sometidos a sí mismos en la novela.

—Me daba la sensación incluso de que también Gordini podía ser un personaje de Los topos, como el Alemán. Eso no lo pensé, lo vi después.

Hablemos entonces de los temas que se repiten en sus textos.

—La identidad, la estupidez. La imposibilidad de manejar las cosas, que las cosas siempre se van de las manos para todos. Esas me parece que son más las zonas de trabajo mías; de hecho, la novela misma es un poco así, como formulación. Permanentemente se me escapan los personajes. De golpe estoy volviendo sobre Romina y de golpe puedo volver sobre Gordini, o no, no sé. En algún momento, alguien me dijo que esperaba que hablara Gordini, ya que estaba haciendo una novela coral; bueno, para otra vez.

Decías en una entrevista que la escritura es una “experiencia que viene a completar experiencias que no tenía”.

—En esa respuesta hablaba de qué significa para mí, como hijo de desaparecidos, hablar sobre personajes que lo son. En ese sentido la escritura de ficción viene a completar la experiencia en la medida en que no hay datos, no hay elementos para acreditar hechos. La ficción viene a completar eso. En una forma, se convierte en una experiencia en ese sentido, en una experiencia de escritura y en una invención de hechos e invención de experiencias. No es que sean falsos.

Como en casi todas las entrevistas en que se toca el tema, pasamos por Los rubios.

—Es un secuestro que no es un secuestro, es una situación que se autogenera por condiciones que ni siquiera tienen que ver con lo político. Sí en tanto que Andy piensa en la infidelidad, y eso podría constituir algún tipo de imagen del mundo para él que incluye una concepción política: en el matrimonio está bueno que no haya infidelidad; esa es una concepción política también. O que no se vea: hay una idea de cómo se realiza no solo la intimidad, sino también la sociedad. Lo que aparece como motivación del secuestro, entre comillas, es algo de lo íntimo, y ni siquiera de lo íntimo, sino de lo que Andy piensa que debería ser lo íntimo, o de una imposibilidad de él para manejar una escena. El problema en Las chanchas es escénico. Andy concibe una escena de infidelidad a partir de encontrarse con estas dos chicas dentro de su casa, se la cree, piensa que Romina va a creer eso también, y entonces toma la decisión que toma y ya no puede dar marcha atrás. “No veo por qué habría que ser tan estricto con las salidas cuando nadie tiene pensamientos negativos y cuando lo que ellas quieren es solo asomarse a ver hasta dónde creció la propia fama y la popularidad que tienen. Escucho atento. La mano se me deshace en la suavidad de las manos de Mara. Cuando logro soltarme, le pido a Gordini que tomemos algunas precauciones, no sea que alguna de las chicas sea víctima de una esperable compulsión por la vida en familia y decida volver a su casa. Lo pensamos un poco y Gordini resuelve algo bastante sensato, por una vez. El recaudo es que Lara se queda.”
Así como él se cree en Marte, que también es un escenario que él se construye, de alguna forma él se va construyendo escenarios todo el tiempo, se va construyendo su mundo como una ficción. Romina es el contrapeso de todo eso porque activa más en el mundo real; de hecho, es quien militó y milita por las chicas, como en sus viejos tiempos, en causas ajenas, porque no sabe que ellas están encerradas en su propia casa. Ella es el contrapeso de Andy en el hecho de que ella sí activa en el mundo real, quien toma la decisión de dejar todo como estaba; es ella, en tanto quien toma las decisiones, la que tiene que cargar con todo eso, que le parece tremendo, aunque tal vez la novela no lo manifiesta porque los personajes no asumen lo tremendo que les sucede —esta sí es una continuidad en mis textos también, a los personajes les pasan cosas tremendas y los personajes nunca las ven, nunca las pueden ver—. Por eso que Romina nunca habla de eso, porque ella sí lo puede ver y no lo puede decir, entonces no lo dice; por eso la última parte, en la que habla ella, está en presente, es muy minimalista y silenciosa. De hecho, es la más breve.

Es como el cuadro que aparece en el novela: habla de las colinas sobre el río, pero el río es algo que no podemos ver aunque Mara lo vuelva a dibujar una y otra vez.

—Me interesa esa escena, el secuestro. Aún totalmente dada vuelta, distorsionada, como aparece en Las chanchas —no es una escena convencional de un secuestro ni sus consecuencias son las de un secuestro clásico; en general, lo que termina pasando es otra cosa. Me interesa ver cómo interactúan las partes. Me resulta muy difícil, tal vez imposible, construir una escena entre secuestrados y secuestradores real o realista; es como si yo mismo no la pudiera ver. Me interesa, pero no la puedo ver. La veo de otra forma, la veo incluso yo, quizá, como algo lindo. “Después proyectamos imágenes de animales salvajes y, al final, en tono íntimo, yo canto otra vez a capela, las chicas tiradas en el piso, como dormidas, y Gordini en una esquina acaricia a Roberto, a quien durante el show hará desaparecer y reaparecer, además de otros trucos”.

Cada uno mira como puede lo que le ocurre.

—Claro, sí, lo cual no quiere decir que haya sido lindo, esto por favor aclaralo. En ese sentido, la ficción sigue siendo la forma de completar lo que no se sabe, lo que no se puede ver, lo que ya no se va a poder saber, porque ya pasó mucho tiempo, porque desde un comienzo todo estuvo contaminado, porque la escena del crimen siempre se modifica, es imposible que se mantenga intacta, el tiempo mismo la cambia.

Que la novela termine con embarazos habla de una vuelta al origen. No se puede dejar de pensar que estamos frente a un embarazo en cautiverio.

—Sí, totalmente.
*
Las chanchas viene a completar partes que no estaban exploradas aún. EnLos topos y en 76, hablaba el hijo: ahora lo hacen las otras partes, secuestradores y secuestrados; es de alguna manera ir hacia atrás, no ya a lo que quedó sino, aun con todas las distorsiones, a lo que originó todo. “Entonces pienso rápido y entiendo la historia de mi secuestro”.

En tus novelas aparece la idea de comedia de enredos; según una entrevista, esto está motivado por la imposibilidad de saber. ¿Es así? ¿El extrañamiento es uno de tus motores productivos? ¿Cuáles serían?

—No sé cuáles son mis motores productivos. En esta novela es la primera vez que trabajo con modelos fuertes de qué es lo que podía llegar a pasar, con una idea de estructura; que después no sé si se concretó. Pero al menos había una idea de estructura. Yo antes siempre trabajaba con una idea de final, más que de estructura, de finales posibles y de momentos o escenas posibles, y con una idea de punto de giro, para construir tanto cuentos como novelas. En este caso de Las chanchas, era un poquito más que eso. Pero igual era todo bastante difuso, con lo cual el motor productivo, si bien esa idea de estructura estaba como de fondo, siguió siendo la misma dinámica de la textualidad, de las frases que van surgiendo. Para mí, el modo de trabajo es frase por frase.

Hacer.

—Sí, de hecho, para este libro he robado muchas frases de otros. Hay mucho de Ballard, por ejemplo, frases que directamente transcribía y a partir de ahí continuaba con el relato. Después quizá fueron saliendo, se modificaron con las correcciones y demás. Pero te lo cuento como para ejemplificarte hasta qué punto para mí el motor siempre es más lo que manda el texto, la propia energía que tiene el texto. De hecho, para seguir escribiendo, cada vez que me siento, vuelvo a leer todo de cero, como si necesitara ubicarme mentalmente en todos los elementos que están ahí interactuando.

Como si tomaras envión: veo lo que tengo, saco lo que no sirve; sobre lo firme, sigo construyendo.

—Claro. Después, mi forma de trabajo es ir corriéndome de lo que aparece como muy establecido. Si tenemos un secuestro, aparecen un montón de temas que probablemente nos lleven a campos del extrarradio de la literatura, a secuestros reales de los que todos tenemos noticias; bueno, la idea es siempre correrse de ahí. La expectativa es una necesidad de eso, tratando de no escribir lo primero que a uno se le ocurre alrededor, que seguramente tenga que ver con lo que ves en la tele, o lo que te contaron de. Por ejemplo, cuando aparece Gordini, yo pensaba que tenía que ser alguien mucho más violento, que él venía a ser el malo. Y ahí inmediatamente me di cuenta de que tenía que ser otra cosa, más dócil, el que tomara las decisiones, pero que también estuviera muy atento a la dinámica del propio hecho, quiénes eran las chicas, qué relación tiene con Andy y, fundamentalmente, como se ve al final, qué relación puede establecer con Romina. “Gordini dice que antes de encarar definitivamente a las chicas tenemos que olvidarnos de ellas, olvidarnos del tema, y alcanzar un estado de serenidad mental”.
Sin contar que Gordini no es un secuestrador. De hecho, Gordini no es casi ninguna de las cosas en las que la novela termina convirtiéndolo. Quizá sea el personaje que más cambios manifiesta a lo largo de la novela.

Es como un Andy malo. Podría ser una puesta en escena de Andy incluso, la otra parte de él que hace ciertas cosas, que fuma —lo que Andy dejó con pesar—, etc.

—No se me había ocurrido, pero podría ser; tendríamos otra novela: en vez de un Club de la pelea, un “Club del secuestro”.

¿Qué relación tenés con la psicología a la hora de escribir? Aun con las inmensas licencias de tus tramas, los personajes actúan y responden en gran parte según patrones psicológicos coherentes.

—Más que la psicología, me interesa la consecución lógica de lo que le pasa a los personajes. Puede ser psicológica, pero yo desconozco los mecanismos de la psicología así que no construyo desde ese lugar. No sé cómo opera un psicótico ni un marciano ni un tipo que secuestra un par de chicas y no se sabe bien qué es, si un perverso o qué. No sé cuáles son los patrones que operan ahí.

Está bien, pero los sueños que tienen las hijas únicas, por ejemplo, el sueño de la madre de Mara, el travestismo en Los topos…

—Sí, lo que pasa es que no hago un estudio de esos elementos. Lo que trato es no hacer una novela de César Aira, o ese tipo de escrituras donde todo puede suceder y da igual porque lo único que importa es el lenguaje, y si el lenguaje te remite a situaciones históricas o psicológicas o políticas es porque el lenguaje es también política, historia y psicología, pero no porque alguien esté ahí trabajando para que sea una representación de algo de eso. Trato de, en la medida de mis posibilidades, ir tratando de ver cómo actuarían los personajes en las situaciones que enfrentan. Y si necesito construir una imagen previa del personaje, si es hijo único, por ejemplo, y tiene un trauma con eso, o si tuvo una militancia anterior, como en el caso de Romina, la que quedó un poco trunca y de alguna forma ahora ella quiere volver sobre eso… Creo que esas son condiciones de los personajes y que en algún momento tengo que darles lugar y construirles una zona un poco más realista.
A la vez, yo creo que es un error trabajar sobre conceptos de este tipo, psicológicos, porque cada hecho es particular. Se le puede aplicar algún concepto, alguna teoría, algo, pero no deja de ser algo particular que incluso podría ser abordado más adelante por otra teoría que contradiga las teorías existentes. En ese sentido, creo que la literatura se permite fluir mucho más, se permite estas arbitrariedades o licencias justamente por eso, porque es algo particular. Luego, si uno como lector quiere generar una generalidad a partir de eso, decir bueno, acá me están hablando de… la identidad de los personajes geminados y la sociedad y el postkirchenerismo, no sé, también es una opción válida porque es una opción posterior a la lectura, crítica, que muchas veces resulta muy iluminadora porque justamente permite volver a pensar todo eso, volver a pensar sobre casos particulares y raros, y así. Una retroalimentación. La reproducción de la literatura también tiene que ver con la posibilidad de que exista la crítica. Si no hubiera crítica creo que la literatura estaría siendo siempre lo mismo, o algo así. Me parecen muy atractivos los tipos de lecturas que se pueden hacer, los mecanismos que aparecen ahí, aunque yo los desconozca. Hace un tiempo leí el libro de Cippolini, Contagiosa paranoia, que me quedó muy presente, donde atraviesa todo el arte contemporáneo argentino de una manera muy iluminadora. Él toma los distintos elementos, los va combinando, generando hipótesis, de una forma casi lúdica por momentos, y muy azarosa… Eso lo podés hacer con el arte contemporáneo, por ejemplo. Ahora estoy leyendo uno de Martín Rodríguez que se llama Orden y progresismo, sobre el kirchnerismo, y también recorre desde Alfonsín hasta acá, o incluso antes, un montón de instancias de la política de una forma con las que uno puede o no estar de acuerdo, pero va tomando distintos elementos e hipótesis y demás que te permiten mucho más abrir que cerrar ideas alrededor del kirchnerismo, que parece que es algo, no sé, poco proclive a este tipo de lecturas ¿no? Sin embargo, bueno, se pueden hacer cosas muy interesantes.



*
Félix es amabilísimo y es usual que en una charla de diez minutos ría un par de veces. Aun así, todas las fotos de Félix tienen el mismo enfoque: mira a cámara, pero la cara apunta ligeramente hacia su derecha, y en casi ninguna de esas fotos sonríe. Esto tiene que ver con su timidez, seguramente, y tal vez con una relación incómoda con la confianza.
—Yo soy re confiado de casi todo, pero también reconozco que tengo límites que ni yo mismo puedo manejar, donde pongo la valla. Confío, pero hasta acá. A veces me doy cuenta solo, a veces me lo dicen. Eso creo que se manifiesta en los libros, que se dejan llevar un poco. Me dejo llevar por esa…

Me parece que hay desconfianza en la mirada absurda. Creo que hay desconfianza en qué mirar, en qué creer, en qué es verdad incluso. Al haber algo que no puede ser sabido…

—Por un lado, necesito creer porque necesito saber y creo que la desconfianza impide profundizar, creer, impide saber, entonces el impulso inicial es confiar, ver qué pasa, meter cabeza. Y después, claro, suele suceder la traición, el desencanto, el desengaño, entonces ahí empiezan a aparecer esas barreras donde uno se vuelve a defraudar, y es como un círculo. Uno se defrauda porque no encontró lo que va a buscar.

Eso ya está en Luces bajas —ópera prima, novela corta inédita—.

—En todos mis libros.

Si está en todos tus libros, es porque la confianza parte de la derrota.

—Sí. Y porque hay una esperanza. La confianza nace de una esperanza. Después, termina corriéndose de lugar ¿no? O es traicionada. Lo cual al menos no me impide seguir confiando.

¿Esto se relaciona con la parodia en tu escritura? Se puede jugar porque nada es del todo real. Se parte de algo tan doloroso, tan inasequible, que entonces, bueno, ya que no puede ser otra cosa, desacralicémoslo, parodiemos, etcétera.

—No sé si se relaciona con la confianza. Lo que creo es que hay es un intento de hacer todos esos usos del posmodernismo, de parodiar, lo que decías, de disfrazar, de travestir, etcétera, para tratar de llegar —lo que no quiere decir que se llegue— a un tipo de verdad que no sea posmoderna, que tenga otro tipo de expectativa, más esperanzadora, menos punk. Que haya una idea de futuro.

Eso está muy claro en esta novela.

—Sí. No sé si seguir para no adelantar el final de la novela, pero tampoco cambia nada. Hay esperanza, hay un seguir, seguir tirando la cuerda, aunque no sepamos adónde va a llevar eso, al menos seguir estirando. La idea del estiramiento me atrae bastante. Uno ve el estiramiento como algo negativo, pero es algo que hasta te permite hacer un chiste. Creo que el humor negro para estos temas funciona. “¿Cuántos marcianos hacen falta para abrazar un baobab? Uno solo. Lo estirás y listo. Si se rompe, buscás otro”. Si reemplazamos marciano por detenido/desaparecido, lo podríamos poner dentro de ese humor negro, y ahí aparece algo nuevo, otra verdad, una verdad nuestra, de nuestra generación, que es la de haber perdido la solemnidad con relación a esos hechos y permitirse pensar sobre ellos sin dogmas. Lo peor que hay es cuando uno escucha un debate donde dos personas quieren tener razón y no hay un diálogo. Yo tengo mi razón, yo tengo la mía y no hay salida de eso… listo, vamos a quedarnos ahí para siempre. ¿No? Ahora, si vos agarrás un marciano y lo estirás, capaz que encontrás una solución ¿me entendés? La cosa es estirar esa situación. Por ahí termina en violencia, no digo que no, pero hay una búsqueda. Aparte, sacarse la solemnidad de encima, dejarla a un lado y permitirse bueno, irse un poco y ver cómo sigue, no anclar los sentidos ahí, cosas que ya sabemos. “Un marciano y un terrícola se encuentran en un cruce de caminos. El terrícola lo saluda sacándose el sombrero. El marciano no sabe qué sacarse y se saca la cabeza. Muere”.

Hablás en muchos momentos de que no te interesa hacer política desde la literatura, al punto que decís que “politizar el tema sería hacer antiliteratura”. En Las chanchas, en las escenas de las manifestaciones, por ejemplo, en el personaje de Romina, ¿llegás a darle incluso una vuelta a esto? ¿Cómo ves su desencantamiento?

—Ahí hay una escena de militancia que son un poco las escenas que podemos ver todos los días en la tele cuando hay un secuestro, solo que, esta vez, hay algunos condimentos que hacen que involuntariamente quizá se genere esta especie de autoparodia ¿no?, porque el hecho de decidir que se haga una marcha con palos de hockey, por ejemplo. pensar, cuando casi todo está perdido, que promoviendo la lucha para la aparición de las chicas a través de un grupo de cumbia totalmente pasajero va a servir para algo, bueno… Del mismo modo que el secuestro se genera de forma involuntaria, el reclamo por él, involuntariamente, se vuelve una parodia de lo que podría ser un reclamo de estas características. Es como si cosas muy externas, muy menores de la realidad, todo el tiempo le estuvieran ganando la partida a todas las situaciones. Y eso sí es algo que hay que revisar. Y acá no estamos hablando más de literatura, tiene que ver con cómo nos movemos, con cómo nos dejamos atrapar por estas cosas muchas veces.

“Amor. Odio. Equilibrio. Agréguese humor y el resultado es nostalgia. En el caso de estos tres, no entiendo nostalgia de qué cosa, ni por cuánto tiempo, ni si acaso se trata de una de mis fantasías recurrentes”. Así ve el narrador a las secuestradas junto a su nuevo socio. Romina planea la creación de una “organización testimonial llamada Madres de los palos” y “se vuelve a enamorar” de Andy; las chicas están muy entusiasmadas, al punto que incluso una de ellas asiste; todo esto ocurre con las manifestaciones —llamadas por Gordini como “Marcha de los palos”— que reclaman la aparición inmediata de las jóvenes.

—De todas formas, yo no parodio conscientemente. Me parece llamativo cómo esto pasa, no sé si es una parodia, ahí sí que aparece algo del orden de representación de todas estas cosas… Cómo la gente que va a reclamar se termina haciendo una ficción de ese reclamo, como si esa ficción fuera a ser mucho más productiva que un reclamo más legítimo, o menos intermediado por estas imágenes que dicen vamos, pongamos los palos de hockey, las velas, etcétera, juntamos a dos familias que no tienen nada que ver y a una de las cuales casi que ni le interesa encontrar a su hija.

Habla la madre de Lara, la escucha Andy: “No retengo lo que dice. Sí las palabras ‘paciencia, ‘amor’, ‘fuerza’, ‘corazón’, ‘valentía’, ‘sinceridad’”.

—Es una mezcla de Giordano con Scioli. Lo que te quería contar es cómo se construye esa parodia, creo que hay un gran dolor ahí.

¿Distanciamiento?

—Claro. La parodia para mí tiene algo negativo que es pensar que uno se está riendo de todo; y uno no se está riendo de todo, al revés, es tremendo que pase eso, que una persona se pueda creer que levantando palos de hockey y demás pueda llegar a… O quizá sí, las Madres de Plaza de Mayo se pusieron los pañuelos en la cabeza y mirá todo lo que lograron. Pasa que apoyaron eso con mucha más acción, no fue solo el gesto, justamente ahí está la diferencia.

Decís que hay que volver al pasado, pero que “hay que correrse de los lugares sabidos y consagrados”. ¿Te parece que podría otro arrogarse el derecho a tocar estos temas desde un lugar como el tuyo? ¿Cómo te parece que se vería si alguien tomara estos temas como los tomás vos y no compartiera tu pasado? En otras palabras: quien te lee sabe a quién lee, y si fuera otro tal vez tendría otras emociones. ¿Coincidís?

—En cierta forma sí y en cierta forma, no. Me parece bastante triste que haya que coincidir, me parecería muy bueno que no hubiera que coincidir. Creo que Guebel ha hecho cosas así y lo han matado bastante por eso… —creo, no lo tengo tan claro, pero creería que sí—. A mí la novela El terrorista me parece central para mi literatura y él no es, entiendo, víctima de ningún hecho promovido por el Proceso. Lo mismo me pasa con Fresán; él creo que sí está un poco más cerca, pero también, algunos de los cuentos de Historia argentina ya anticipan un poco lo que se podía hacer con estos temas. Obviamente, en otro momento, con otras formas.
Me resulta fácil pensarlo en los 90, por ejemplo, porque ahí había obscenidad, impunidad y era eso, derroche, podía pasar cualquier cosa que estaba bien, el Turco Julián podía contar lo que había hecho en el programa de Mauro Viale: obscenidad total.
Entonces Guebel podía escribir esa novela; igualmente, estaban bajo ese manto de la ficción.

Y siendo autores ya con cierto nombre. Si esta novela mañana la agarra un novel, la publica un chico que no tiene nada que ver con el tema.

—Claro, ahí se complica. Igual, Fresán lo hizo en su primer libro. Pero hoy es distinto. Tenés ese hito que podría ser la novela de Julián López, que hace un camino muy lindo que es el camino de cómo narrar la experiencia de haber vivido con una madre que termina desapareciendo, de haber vivido su primera infancia con ella, en forma muy, muy sensible y no explícita hasta que bueno, en un momento ella desaparece y se tiene que explicitar esa situación de alguna forma. Pero hasta ese momento no sabíamos nada de esto —lo podíamos imaginar, pero lejanamente—. Incluso esa novela, donde hay un intento de mover un poco estas cosas y de trabajar sobre la intimidad de la infancia a pesar de la carga política que esto pudiera tener,, sobre el final se vuelve más bienpensante, como si no pudiera sostener esa incomodidad de solo narrar la intimidad, lo que le significó a ese niño perder a su madre y no tocar hacia el final una cuestión más políticamente explícita. Eso creo que da un poco la pauta de lo que vos decís, como si hoy fuera muy difícil no ser políticamente correcto con esto, en algún lugar. Se puede hacer toda esa cosa re linda que hace Julián, pero en algún punto tiene que tomar partido.

Y el partido tiene que ser el único posible.

—Ponele. O por ahí… En esa zona.

O podés ser vos, que tenés otras licencias.

—Claro, o Mariana Eva Pérez, ella también. Ella aparte tiene el condimento que yo no tengo de que ella fue muy militante en un momento, entonces todavía es más grande la cuenta, porque se corrió completamente… No quiero decir que Mariana Eva Pérez haya cambiado de ideas, pero sí plantea un montón de problemas que hay que animarse a plantear en el contexto actual. Y es una cosa que está pasando, que me resulta un poco triste que sea exclusividad de los afectados.
Pero a la vez hay cositas, hace unos años leí la mental movie de Clase Turista de Iván Moiseeff, Mazinger Z contra la dictadura militar. El título ya avanza bastante. Cruza cómic, desenfado y dictadura. Pero creo que sí hay más cosas, lo que pasa es que no se hacen visibles, porque todo eso, de alguna forma, termina de ser para nosotros, argentinos, una zona… Seguimos queriendo olvidar, queremos dejarla a un lado. Y entonces es más fácil hacerse un par de ideas de lo que pasó, y listo.

¿Te parece? No coincido.

—Me parece que el proceso se dio para ese lado. Fueron tantos años, tantas idas y vueltas y demás, se habló tanto en la Argentina de todo esto, que al final las cosas se dan de determinada manera. Uno va a Chile, por ejemplo, donde hubo mucho más silencio, donde las aguas están mucho más partidas, y hoy en día hay mucha producción alrededor de esto porque hay una especia de destape. De pronto, te encontrás con muchas generaciones de artistas, a la vez, produciendo alrededor de estos problemas, cosa que acá no pasa. Está mi libro y algunos más, pero si uno se pone a contar tampoco son tantos. Y de mi generación el problema no le interesa a casi nadie.

Creo que sí interesa el tema, pero es potestad de unos, no se puede tocar si uno no fue afectado.

—Bueno, sí, lo que te decía, pasa y no pasa, y entonces es como si no pasara. Pero Lola Arias sí hizo una obra que está buenísima, que sea llamaMi vida después, y ella no es ni hija ni nada de desaparecidos. Sí tuvo el recaudo de trabajar con personajes que sí lo son, pero también tuvo la osadía de trabajar con Vanina Falco, y fue cuestionada por eso porque Vanina es hija de un represor, que de hecho está preso.

*

“Gordini prepara a las chicas y hacemos algunos shows. Ya nadie espera encontrarlas, y podrían salir al escenario a cara descubierta. Pero por las dudas les hacemos usar antifaces o máscaras, según la ocasión. Muchas veces, Gordini las presenta como Lara y Mara, las chicas secuestradas. El morbo siempre puede más que la bondad, y que la compasión y que el espanto, y suelen escucharse aplausos y risotadas”.

—El morbo yo siempre trato de atenuarlo cuanto puedo. Las situaciones dan para regodearse muchísimo en escenas de morbo, y sin embargo no hay garches con Mara, explícitos.
Otra de las cosas de las que me doy cuenta es de que me intento correr un poco de lo esperable, de qué espera uno cuando hay dos chicas secuestradas con un tipo medio perverso. Uno espera que el tipo haga cosas horribles, y termina siendo casi todo lo contrario. Lo que no deja de ser perverso, pero al revés. El procedimiento sería: si evitás la explicitación y el morbo más obvio, lográs un efecto mucho mejor, que el lector encuentre el morbo en su imaginación. De hecho, las situaciones de violencia están desplazadas hacia los animalitos, conejos, chanchos, peces, perro; incluso la novela empieza con cómo los marcianos comen cotorras. Hay también algo de justicia poética con los monos tirándole mierda al barco donde están Romina y Omi, cosas todas de ese tenor.

Una represalia menor para Romina, quien apenas se vea perdida pensará que lo que le toca es ser raptada y violada. ¿Hay víctimas en la novela?

—Sí, hay víctimas. Judicialmente sí. Hay gente que estuvo secuestrada, hay gente que… Sí, Mara y Lara son víctimas, pero en el sentido judicial. Después, puede ser dudoso todo. La verdad de la Justicia siempre termina siendo eso, la verdad de la Justicia. Entonces hay que ver qué uno define como víctimas. Judicialmente Lara y Mara son víctimas, pero psicoanalíticamente todos son víctimas acá, de algo.

Principalmente de sí mismos.

—Claro. Pero en las dos hipótesis hay riesgo: si uno considera a Lara y Mara como víctimas, termina atado a la verdad judicial, digamos, que es parcial. Y si uno termina pensando que todos son víctimas, en modo psicoanalítico, uno termina atado a un uso de la victimización colectiva que después puede ser peligroso.

Todos se fagocitan a sí mismos, se secuestran a sí mismos, se consumen a sí mismos. Van siendo parte, y, de hecho, cuando se quiere ir uno, se va. Romina incluso dice bueno, vamos. El título: la novela se llama “Las secuestradas”.

—Sí, es tomar una jerga, como en Los topos. Se puede leer así, pero lo que hay ahí no es tanto un trabajo desde un punto de vista —que si querés leerlo está todo bien, se puede leer, “Bruzzone narra desde los secuestradores”, querías morbo, ahí está—­; decía, hay más un trabajo con lo oral, que es lo que más me interesa: creo que las cosas no se conocen tanto por su aspecto RAE sino por su aspecto real, por el habla, lo relacionado con el habla. Aun en Andy, que es el menos coloquial de todos, los narradores que están en esa novela… Hay un trabajo con el habla… Me parece que mi apuesta va por ahí, que se conoce mucho más a la gente hablando que tratando de verla con el lente de la lengua, del diccionario y los prejuicios. La lengua creo que es una barrera que hay tratar de sortear, siempre.

Sin duda; la gramática está al servicio de la expresión, y no al revés. En tus novelas está muy marcado el cambio de lugar.

—Normalmente intento encontrar momentos de desplazamiento que den cuenta de cómo se está construyendo el texto, desplazando constantemente los sentidos, los significados. Como si eso replicara también en cómo se mueven los personajes, desplazamientos medio raros. También creo que es un juego con la cuestión del encierro: hay gente encerrada, pero a la vez gente que se está moviendo; eso habla de cómo son mis personajes. Están encerrados, pero no tanto. Está relacionado con una cuestión formal, que es el modo en el cual trabajo mis relatos, y tiene que ver también con cómo concibo la personalidad de mis personajes, que están muy atados, pero que a la vez tienen siempre esta chance de investigar algo, y esta chance se da fácticamente moviéndose, puede resultar o no, a Gordini le resultaría, a Andy no sé, a Romina lo mismo… Pasa que seguimos sin saber quién es Romina. Escribí una novela para ver quién es Romina, pero seguimos sin saber. Sabemos que hizo algo tremendo, pero seguimos sin conocerla, sin saber por qué. Conocemos algunas cosas que hizo, en Lostopos y acá, pero no la conocemos; del resto sí conocemos, pero no de ella, no sabemos quién es, de dónde viene. Es una especie de nave a la deriva.

«—¿Qué pasó con la carta? —le pregunto, y él hace un ruido que no entiendo si es con la boca o con el hocico. Pienso en que todos los conejos, un día, podrían escaparse y ser un ejército invencible». ¿Hay final feliz?

—Como siempre en mis novelas, hay final re feliz y final re triste, dos en uno.



Tomado del blog de Eterna Cadencia

miércoles, 29 de octubre de 2014

Tarea para mí y para mis alupnos

Sobre ucronía.
Un punto Jumbar es un acontecimiento singular y relevante que determina la historia futura. Se denominan así en honor a un personaje de un relato de Jack Williamson de los años '30 que crea un mundo si escoge un guijarro y otro diferente si coge un imán y se convierte en un gran científico.
Las ucronías son una rama completa de la ciencia ficción que especulan acerca de las posibles consecuencias de que un punto Jumbar hubiera tenido un resultado diferente al que tuvo en nuestra línea temporal.
Existen un gran números de puntos Jumbar en la ciencia ficción; algunos de ellos son:
• La no extinción de los dinosaurios. (Al oeste del Edén, de Harry Harrison)
• El fracaso del cristianismo. (Roma eterna, de Robert Silverberg)
• La aniquilación de Europa bajo la peste negra (Tiempos de arroz y sal, de Kim Stanley Robinson)
• La victoria de la "Armada Invencible" sobre Inglaterra (Pavana, de Keith Roberts; Britania conquistada, de Harry Turtledove)
• El éxito de la máquina de Babagge y el adelanto de la informática (La máquina diferencial, de William Gibson y Bruce Sterling)
• La derrota de los aliados en la Segunda Guerra Mundial (Hitler victorioso, de Gregory Benford, El hombre en el castillo de Philip K. Dick, Patria de Robert Harris)

martes, 14 de octubre de 2014

Las voces de la CF, esos videntes


CIENCIA FICCIÓN

Una vindicación de lo (im)posible

octubre 14, 2014 ⋅ 0 Comentarios

CFICCION_ENTRADA



El escritor, editor y gestor cultural rafaelino Jonatan Lipner reflexiona en torno a la verosimilitud externa y la riqueza de un género que, masificado por el cine y la TV, tiene tanto feligreses como detractores. Fotografía: Daemonium

Por Jonatan Lipner


Especial de El Escupitajo de Oro para NaN
No mucha gente lo sabe. Cuando yo me enteré, me sentí muy mal. Mal por darme cuenta de todo el tiempo que había pasado ignorando algo tan terrible. Mal por haber creído algo equivocado, y haber estirado el dedo acusador, la risa burlona, cuando en realidad el error era mío. Pero sobre todo, me sentí muy mal por todos los amigos y conocidos que escriben ciencia ficción, que se desviven por la ciencia ficción, que la sienten encarnada en ellos. Quiero aprovechar, antes de proseguir con este texto, para pedirles disculpas. Para reconocerles su trabajo. Para decirles que me solidarizo con ellos por el mal que los aqueja. Y para pedirles que nunca se detengan, a pesar de todo.
No sé si a ustedes les va a afectar tanto como a mí. Es probable que ustedes ya lo sepan; no sería la primera vez que soy el último en enterarme. Pero si no lo saben, también es posible que lo asimilen como la mayor obviedad del universo. Es lo que suele pasar, pero soy un ferviente creyente de que las obviedades deben ser dichas. Y por eso lo digo. Se los digo: todo lo que cuentan los autores de ciencia ficción es cierto. Absolutamente todo. No existen obras de ciencia ficción, de ésas que te hablan de naves espaciales, de mundos posnucleares, de robots asesinos, que estén equivocadas. Todas, incluso aquéllas que se escribieron dos siglos atrás y que te contaban que en el año dos mil íbamos a viajar a Andrómeda, dicen la verdad.
Ya lo sé. No me creen. Leyeron esas historias, vieron Terminator 2 y esperaron que en 1997 volara todo pero nada voló. Esperaron que una misión secreta alcanzara al monolito en 2001 y no pasó. Capaz esperen, como yo, que el año que viene se masifiquen los autos voladores y la ropa que se ajusta sola y que los chicos anden en patinetas flotantes; pero tampoco guardan demasiada fe. Se sienten decepcionados. Sienten que la ciencia ficción no es más que un conjunto de mentiras, de cuentos, que simplemente es un fraude, más o menos elaborado, que podía engañar a los lectores del pasado a través de su novedad, pero que ahora está completamente anulado, contenido, despojado de su poder. Y ahora vengo yo y les digo que no, que éso no es verdad. Que todas las películas, las novelas, los cuentos y los radioteatros de ciencia ficción que conocen siempre fueron ciertos. Que la ciencia ficción, en realidad, nunca fue ficción.
Ahí les va a surgir, naturalmente, la pregunta: ¿por qué entonces, si todas las historias de ciencia ficción dicen la verdad, la gran mayoría de las cosas que cuentan no pasaron, o pasaron de maneras muy diferentes, o mucho más tarde de lo que habían dicho? La respuesta, aunque simple, es desoladora. Cada vez que un autor de ciencia ficción recibe, de los dioses, de las musas, de algún viajero del tiempo, un relato sobre lo que está por venir, se enfrenta a una paradoja implacable: contar el futuro implica necesariamente transformarlo. En este universo, caótico, cuántico, incierto, toda predicción tiene la capacidad de colapsar la función de onda de su propia profecía y, de esta manera, no hace más que traicionarla, que volverla inevitablemente equivocada.
Van a argumentar que las voces de la ciencia ficción podrían no contar nada de lo que ven, que podrían guardarse sus profecías hasta el momento en que los hechos ocurriesen. Semejante absurdo solamente puede venir de la gente sin fe.
Verán, entonces, qué terrible es el destino del autor o la autora de ciencia ficción. Verán con claridad cuál es su dilema. ¿Debe la voz de la ciencia ficción, frente a la certeza de un futuro maravilloso o terrible, pronunciarse, contar lo que le llegó? Si su visión fue la de un futuro promisorio, al contarlo estaría anulando para siempre lo que vio, nos estaría privando de su maravilla. Y si se trata de un futuro oscuro, ¿qué le asegura que su pronunciamiento no termine, en realidad, empeorando el cuadro? ¿Que los alienígenas que pensaban invadirnos en el año tres mil no se adelanten, al conocer su historia, y lleguen la semana que viene, cuando nuestra tecnología es todavía menos capaz de hacerles frente? La voz que se dedica a la ciencia ficción atraviesa este calvario todos los días.
Y no le hace mucho favor el hecho de que, frente a semejante tarea, nosotros le hagamos pasar las de Casandra. Frente a su abnegación, frente a su riesgo, el público responde con risas, con burlas, le echa en cara sus errores. ¿De cuántos oscuros destinos nos habrá salvado la voz distópica, que nos hacía esclavos o directamente nos arrasaba de la faz del planeta? ¿Qué tan duro habrá sido para la voz que profetizó la cura de todos los males saber que nos privaba de aquello?
No faltarán, por supuesto, los que digan que exagero o que estoy equivocado. Van a argumentar que, tranquilamente, las voces de la ciencia ficción podrían no contar nada de lo que ven, que podrían guardarse sus profecías hasta el momento en que los hechos ocurriesen. Semejante absurdo solamente puede venir de la gente sin fe. ¿Qué sentido tiene, a fin de cuentas, realizar una profecía, si se la va a mantener oculta hasta el momento en que ocurra?
No, las voces de la ciencia ficción, esos videntes que día a día se enfrentan con el futuro, con las posibilidades, con los mundos que ya nunca más podremos ser, o no al menos como los imaginaron; los despreciados, los enviados a la colectora de las artes, los que en el infierno van a caminar con el rostro volteado hacia atrás. Yo los saludo, les pido disculpas por no haber entendido nunca su compleja existencia y les prometo que el día que me muera voy a llevarme conmigo un espejo.

Así, cuando esté en el infierno, voy a ir tras ustedes para que juntos burlemos su condena.


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domingo, 12 de octubre de 2014

La ciencia ficción que por ser argentina es el pasado en el futuro

teatro » nota

Críticas | Publicado el 11 de octubre de 2014 a las 18:42 hs.

Esto también pasará, crónicas argentas en Marte

La dupla Saba-Binetti, regresa a reelaborar la argentinidad desde la ciencia ficción que por ser argentina es el pasado en el futuro.
Por Teresa Gatto
“La Tierra está cubierta de mares, es sólo mar.
No hay continentes. Yo soy de allí
y lo sé”

 Los hombres de la Tierra, Ray Bradbury
Con la ciencia ficción como condición de posibilidad de representar los sucesos, Esto también pasará de Mariano Saba, dirigida por Andrés Binetti, recurre al futuro. En él, la desesperada búsqueda de un capitán y su tripulación para asentarse en alguna parte luego de que la Argentina ha sido arrasada por las aguas. Miserias del futuro que repiten catástrofes del pasado. Tanta agua hay en ese país del cono sur que está prohibida la canción de buenos aires, un tango puede hacer lagrimear y no hay espacio para más agua.
La posibilidad de canjear a Córdoba por un pedazo de tierra en el árido Marte, forma parte de esta aventura desventurada. Somos argentinos, entonces, somos precarios hasta como conquistadores o expedicionarios. Pero a la vez, somos creativos, improvisadores improvisados y cargamos en el adn, una suerte de gambeta a la adversidad que apila como en el 86 contra Inglaterra a muchas calamidades.
El diseño de escenografía y su realización, mérito de Magalí Acha, aporta los elementos para que el elenco se desplace por esa suerte de indigente cápsula espacial, desquiciada de fragilidad, de emergencia, de subdesarrollo. El mismo que se le achacó al país en el pasado, que algunos le achacan hoy. Esa suerte de precariedad con la que se lucha para salir adelante desde tiempos remotos.
El grotesco, la ironía y el humor son llevados de la mano del elenco que Binetti dirige con milimétrico acierto. Alfredo Martín, el capitán, aporta desde su presencia y su voz una cuota de la dramaticidad que cualquier ficción teatral requiere y contrasta con las labores desopilantes de Alejandro Lifschitz, como el cordobés, Mariano Saba como Wolfiasky, desbordante de absurdo y Fernando Gonet, en la piel del Dandy. La presencia femenina, erógena y con cuotas fálicas es aportada por Mariela Asensio, la bella “apariencia”, cuyo desvelo es alcanzar la posesión de un cráneo de simio.
Cuánta metáfora de expatriación hay en Esto también pasará. Porque nos fuimos, nos quedamos sólo por tener fe, dejamos huellas en el mar de todos los tiempos. Nos robaron un pedazo de patria y cuando la recuperamos, siempre estamos amenazados. Militares, deuda, buitres, cipayos, alta burguesía agroganadera, sí, claro, es una inundación, una riada que amenaza con desbordar. Un chantaje a la esperanza, un jaque continuo al futuro. Y en el futuro, con formato de aluvión regresa la coacción como si la naturaleza se alineara con el enemigo. Por suerte Saba y Binetti, nos hacen reír y mucho en esa cápsula desarticulada y nos muestran que hasta en el futuro, argentos y emergentes, tenemos recursos de sobra porque donde hay talento, no hace falta la NASA.


Ficha Técnico/Artística
Autor: Mariano Saba
Actúan: Mariela Asensio, Fernando Gonet, Alejandro Lifschitz, Alfredo Martín, Mariano Saba
Diseño de vestuario: Ana Algranati
Diseño de escenografía: Magali Acha, Andrés Binetti, Mariano Saba
Diseño de títeres: Vanina Gomez Zequeira
Diseño de luces: José Binetti
Realización de escenografia: Magali Acha, Andrés Binetti, Mariano Saba
Realización de vestuario: Ana Algranati
Realización de títeres: Vanina Gomez Zequeira
Diseño gráfico: Andrés Kyle
Asesoramiento:Ósjar Navarro Correa
Asistencia de vestuario: Celina Barbieri
Asistencia de dirección: Catalina Teuly
Prensa: Marisol Cambre
Dirección: Andrés Binetti
Teatro del Pueblo
Av Roque Sáenz Peña 943 (mapa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel: 4326-3606
http://www.teatrodelpueblo.org.ar
Funciones:  Jueves a las 21:00 hasta el 27/11/2014
Entrada: $ 100,- / $ 70,-

jueves, 9 de octubre de 2014

Teatro CF


Dice en feis Mariano Saba
3 min · 
"Lo que limita nuestro aprendizaje de otras lenguas no es su impenetrabilidad sino nuestra propia condición de seres mortales" (Anderson, "Comunidades Imaginadas") ))) ESTO TAMBIÉN PASARÁ )))
HOY JUEVES 21 HS. TEATRO DEL PUEBLO. Reservas al 4326-3606 o por mensajito. ¡¡¡Los esperamos!!!

viernes, 3 de octubre de 2014

El planeta en cuestión se llama Melancholia

radar
DOMINGO, 4 DE DICIEMBRE DE 2011

Cielo y melancolia

Hundido en una depresión feroz como las que dice padecer seguido, Lars von Trier escribió y dirigió una película llamada Melancholia. Inesperadamente, no tiene un gramo de su provocación habitual ni de su virulencia ni de sus devaneos formales. Con apenas una novia, una boda, una familia y un planeta desconocido cuya órbita lo dirige hacia la Tierra, Von Trier ha dado un golpe maestro en el que confluyen la ciencia ficción, la psicología, Visconti, Kubrick y un diagnóstico lírico y descarnado del estado del mundo.
 Por Carlos Gamerro
Tuve la suerte de enfrentarme a Melancholia, la última película de Lars von Trier, sin tener la más mínima idea de lo que estaba por ver, sin haber visto una sola imagen, sin más idea del tema de la que su título podía sugerir. Recomiendo calurosamente una análoga falta de preparación; o más concretamente: que el amable lector deje de leer esta nota ahora, vea la película (dónde, cómo, no sé qué decir: como la anterior Anticristo, como gran parte del mejor cine que se hace en el mundo, parece que no tendrá distribución comercial entre nosotros) y luego, si lo cree necesario, vuelva a estas líneas. Habiendo hecho esta salvedad, me tomo la libertad de contarlo todo, incluyendo sorpresas y finales.
La melancolía, como palabra y como concepto, se ha ido opacando y debilitando con el paso del tiempo: padece hoy en día una existencia puramente literaria o barrial, aplicándose apenas a jóvenes románticos que sufren mal de amores, a jóvenes vírgenes que escriben “poesías”, a solteronas insatisfechas que anhelan una vida de pasiones que siempre les fue escamoteada. Lejos estamos de esa dolencia que, al decir de Robert Burton en The Anatomy of Melancholy (1621): “Es una plaga del alma, su calambre y convulsión, un compendio del infierno; si hay infierno en la tierra, debe buscárselo en el corazón del melancólico... Del melancólico digo que él es la flor y nata de la humana adversidad, su quintaesencia y conclusión; al lado de la melancolía, cualquier enfermedad es una picadura de pulga; ella es la médula de todas las demás”. El territorio atroz e infernal de la melancolía ha sido usurpado, y repartidos sus despojos, por palabras como depresión crónica, esquizofrenia, trastorno bipolar. Uno de los primeros logros de la película de Von Trier es que recupera para la melancolía toda la dignidad de su ferocidad original.
Así como el cuerpo tiene sus enfermedades paralizantes y degenerativas, la melancolía lo es del alma: el melancólico siente como si una fuerza misteriosa, que a veces parece venir del exterior (los planetas, con Saturno a la cabeza, serían según Burton responsables), a veces de nuestro cuerpo (la sobreabundancia de uno de los cuatro humores: la bilis negra o humor melancólico), se infiltrara en sus miembros, su cerebro y su corazón, paralizando no solo sus movimientos, sino el mismo impulso de moverse, de cambiar, incluso de estar mejor. (Imágenes: Justine –Kirsten Dunst–, la heroína melancólica de Von Trier, caminando en cámara lenta, o peor aun, en slow –como si hubiera que apretar una y otra vez la tecla pause– por un prado en el cual sus pies se hunden hasta los tobillos; esforzándose por atravesar un bosque mientras raíces, ramas y lianas la envuelven y enlazan). Nuevamente, Burton: “Cuando de otras dolencias se trata, buscamos ayuda, salud, una pronta recuperación... Nos desprenderemos de bienes y fortuna, toleraremos cualquier sufrimiento, tomaremos las pociones o pastillas más acerbas, consentiremos que nos abran las articulaciones y nos amputen los miembros, con tal de recuperar la salud: tan dulce, tan querida, tan preciosa por sobre todas las cosas del mundo nos es la vida... Para el melancólico, en cambio, no hay nada más tedioso, nada más odioso; lo que tanto se esfuerzan por preservar, es para él aborrecible... Cuanto más vive, más padece: sólo la muerte le traerá alivio”. Para el melancólico, el territorio de su melancolía no se limita a su persona, su cuerpo, su alma, sino que lo desborda y se derrama sobre el universo en su conjunto. No es él, o su vida, la que ha perdido sentido, brillo, relieve, sino la creación entera. Una mortaja cae sobre la tierra como una interminable nevada (imágenes: en la película llueven en distintos momentos lentamente copos blandos o pelusas, granizo, pájaros muertos). En palabras del –por largos períodos– crónicamente melancólico T. S. Eliot: “Entre la idea / y la realidad / entre el movimiento / y el acto / cae la sombra” (“Los hombres huecos”, traducción de J. M. Valverde). En las del melancólico más famoso de la literatura, el príncipe de Dinamarca: “En el último tiempo, no sé por qué, se me fue toda la alegría, abandoné todas mis actividades; y estoy tan abatido que este bello edificio, el mundo, me parece un promontorio estéril; que en esta gloriosa cúpula aérea, mírenla, en este valiente firmamento, en esta majestuosa techumbre recamada de fuego dorado, no veo más que una sucia y pestilente congregación de vapores. Qué obra maestra, el hombre. Qué nobleza la de su razón. Qué infinitas son sus facultades. En su forma y en sus movimientos, cuánta gracia, qué admirables. En sus acciones, es casi un ángel. Por su entendimiento, parece un dios. ¡La belleza del mundo! ¡La criatura sin parangón! ¿Pero qué es, para mí, esta quintaesencia del polvo?”. En la más lacónica versión de Justine: “Toda la vida en la tierra es malvada”. Por eso no se le mueve un pelo ante la idea de que sea aniquilada. (Más imágenes: en la secuencia que abre la película, una obertura cinematográfica donde son los temas visuales, más que los musicales, los que se despliegan, la imagen final es la de la Tierra acercándose a un planeta desmesuradamente mayor, para, finalmente, más que chocar, hundirse y ser engullido por él, como si de un bizcocho se tratase.) Aunque no sepamos cómo entender, cuando aparecen por primera vez, estas imágenes, Von Trier nos ha contado, antes de empezarla, el final de su película. Volviendo a “Los hombres huecos” de Eliot: “Así es como acaba el mundo / así es como acaba el mundo / así es como acaba el mundo / no con un estallido sino con un quejido”. Y para empeorar las cosas, Justine, cuyas dotes de pitonisa o sibila se revelan en la segunda parte, afirma sin vacilación que no hay más vida en todo el universo, y que ésta se evaporará cuando la Tierra desaparezca.
El planeta en cuestión se llama Melancholia, que en este mundo de ficción ha estado siempre escondido detrás del sol hasta que, emergiendo en una órbita errática, se acerca al nuestro, modificando con su influjo el comportamiento de sus habitantes, errándole por poco y luego, con un elegante paso de ballet, volviendo sobre su órbita y aplastándolo como a una cucaracha: la danza de la muerte de los planetas, como la describe una página web a la cual accede Claire (Charlotte Gainsbourg), hermana de Justine, la otra protagonista de la película, y que le revela lo que les espera.
Esta es, básicamente, la premisa del film: poner en relación la melancolía que corroe y destruye al ser humano, con la destrucción de la Tierra por el planeta Melancholia: lo uno como metáfora de lo otro y viceversa. Esta es, también, su estructura: una primera parte, titulada “Justine”, cuenta el intento de ésta de casarse como Dios manda, de actuar el rol de novia en la recepción ofrecida en el fastuoso castillo de su cuñado, celebración que se va degradando hasta que el infinitamente paciente (o infinitamente estúpido, la dirección de Lars von Trier y la actuación de Alexander Skarsgård no permite una decisión fácil) novio se harta y se las toma y Justine termina hundida en el pozo sin fondo de su melancolía; la segunda, “Claire”, se centra en la hermana de Justine, en principio a cargo de acoger, bañar, alimentar a una hermana que se ha convertido en poco más que una muñeca articulada; luego, a medida que el planeta Melancholia se acerca a la Tierra, cediendo a la desesperación y el pánico, mientras Justine, sin ayuda de nadie, se va recuperando, volviendo cada vez más decidida y serena. Esta fue, según el director, una de las ideas, o intuiciones, de las que nació la película: “Mi analista me dijo que los melancólicos mantienen la calma en situaciones de catástrofe, se desenvuelven mejor que las personas normales, en parte porque pueden decir: ‘¿Ves? ¿No te dije?’, pero sobre todo porque no tienen nada que perder”, se ríe Von Trier en la entrevista que puede encontrarse en la página oficial de la película (melancholiathemovie.com). El melancólico se nutre de lo que a otros destruye, lo bebe con fruición: en una de las escenas de la película, Claire sigue a su hermana, que se aleja por el jardín nocturno, quizá preocupada de que vaya a suicidarse, y la encuentra desnuda, extática, bebiendo con todo su cuerpo la luz azul del planeta Melancholia.
La primera imagen propiamente narrativa de la película (una vez concluida la obertura) muestra a Justine y su flamante marido Michael atrapados en su limusina, que no puede dar la vuelta en la curva de un camino rural. Debido a ese contratiempo llegan dos horas tarde a la recepción, y a partir de ahí todo va barranca abajo: el padre de Justine (un John Hurt simpático y bonachón, por una vez) se la pasa coqueteando con dos vecinas de mesa llamadas Betty, y eventualmente desoirá el pedido de ayuda de su hija para rajarse (presumimos que con una de ellas), la madre (Charlotte Rampling en su modo icy bitch) derrama en el momento de los discursos todo su vinagre sobre su ex marido, los invitados y la fiesta entera; y apuntala el pesimismo desolado de su hija cuando es evidente que lo único que ésta le pide es un abrazo y un poco de afecto; el cuñado le recuerda todo el tiempo lo que ha gastado en la fiesta, y la hermana (no sin razón, admitamos) le dice un par de veces cuánto la odia, mientras Justine se escapa de su fiesta para darse un baño de inmersión, deja pagando al novio semidesnudo en la cama, se coge a un invitado en el campo de golf y manda a la mierda a su arrogante jefe (no sin razón, admitamos) después de que éste le ha ofrecido un ascenso. En una palabra, o mas bien, dos: todo mal. Fracasando en su intento de jugar según las reglas aceptadas (como su director en la última edición de Cannes) Justine se hunde en la melancolía, incapaz de valerse por sí misma; pero también ha cumplido una misión heroica: como los locos de la literatura y la filosofía renacentista, como el melancólico príncipe de Dinamarca, como el hijo que en plena fiesta acusa al padre de abuso sexual en film La celebración (1998) del compañero de Dogma Thomas Vinterberg, Justine, aguafiestas de su propia fiesta, ha expuesto la hipocresía y las limitaciones y la vacuidad del mundo que la rodea. Porque la melancolía, además de una dolencia que se padece, puede convertirse en una postura filosófica o existencial que se asume; el melancólico no quiere curarse porque en el fondo está orgulloso de su aflicción, de esa mirada que ve a través de todo y de todos hasta llegar al vacío central, la nada que nos habita y a la cual fatalmente volveremos. Es, en última instancia, un mensajero de la muerte, la del individuo, la de la especie, la del planeta, la del universo. En estado de melancolía, el melancólico no está atado a nada, y por lo tanto no tiene nada que temer, porque no tiene nada que perder. Cuando se acerca el fin del mundo, Claire se desespera, intenta llevar a su hijo a un poblado donde sabe que no la espera la seguridad: se abandona, simplemente, al instinto de la especie que prefiere morir en manada. Mientras que Justine se resigna, serena, imperturbable, casi feliz, al final inminente. Su sabiduría la comparten los caballos, que inquietos y violentos durante el avance oblicuo del planeta Melancolía, se serenan cuando éste se dirige recto a la Tierra, y los niños, en este caso el hijo de Claire, que se enfrenta al fin con la misma serenidad que su tía, en el simbólico refugio de ramas desnudas que ésta ha construido, mientras su madre no puede dejar de llorar desconsoladamente.
El melancólico, afirma Von Trier en la citada entrevista, es además alguien que anhela. Anhela algo que sea real, que no participe de la fugacidad, la falsedad, el sinsentido del mundo, los rituales huecos en los que participamos y simulamos creer. Esta valoración positiva de la melancolía, presente ya en el culto romántico de Hamlet, alcanza su cima en el romanticismo alemán, en por ejemplo novelas como Las penas del joven Werther de Goethe, en la pintura de Caspar David Friedrich, en la música de Wagner (el preludio a Tristán e Isolda es la melancólica trompeta del Apocalipsis que nos acompaña a lo largo de toda la película). En su “director’s statement” (también en la página oficial) Von Trier expresa los miedos que le provoca esta incursión en el esteticismo que el “cine Dogma” parecía haber nacido para denunciar y abolir: “Crema sobre crema. ¡Una película femenina! Me siento tentado a rechazarla como si de un órgano mal trasplantado se tratase. ¿Pero qué quería? Partiendo de un determinado estado de ánimo, me sumergí en el abismo del romanticismo alemán. ¡Wagner a carradas! Hasta ahí lo tengo claro. ¿Pero no equivale esto a admitir la derrota? De reducir a mi película al mínimo común denominador cinematográfico del cine mainstream, que abusa del romance de los modos más tediosos? (...) Me siento confundido y culpable. ¿Qué hice? ¿Será este el ‘adiós a Trier’? Solo me sostiene la esperanza de que en medio de toda esa crema haya un hueso astillado que logre quebrar algún diente frágil”.
Todas las películas de Von Trier siempre están tensionadas entre la búsqueda de una realidad áspera, granulosa, indudable, por un lado, y por el otro las mieles y cremas de la ilusión cinematográfica. Por algo fue el inventor y principal referente de Dogma, un manifiesto y una estética que intentaba devolver al lenguaje del cine una módica dosis de mundo real. Pero Trier es demasiado inteligente como para no saber que Dogma es, finalmente, una estética como cualquier otra. Si en Los idiotas (1998) hizo una película “puramente Dogma”, como para mostrar cómo se hace, y el realismo parece ganar la partida, ya en Contra viento y marea (1995) la película se dividía en secciones narrativas muy Dogma, y separadores de capítulo que mostraban artificiales paisajes ostensiblemente digitalizados y una ostensiva banda sonora (pecado anti Dogmático si los hay) sin conexión alguna con los temas y ambiente del film. En su “tragedia musical” Bailarina en la oscuridad (2000), la presentación realista de la vida de una operaria de una fábrica de los EE.UU., filmada a partir de parámetros Dogma, se alterna con números musicales altamente estilizados que tienen lugar en los mismos ambientes. En Dogville (2003), la recreación minuciosa del mundo social y político de los EE.UU. en los años treinta, inspirado en los mundos y el estilo narrativo de los novelistas sociales como Sinclair Lewis y Theodore Dreiser, tiene lugar en un pueblo pintado como un plano de arquitecto en el piso de un estudio. En Melancholia esta tensión se da sobre todo entre los ambientes (los exteriores se filmaron en el castillo de Tjolöholm, Suecia) y la filmación errática, cámara en mano: un camarógrafo Dogma (que suele ser el mismo Von Trier) irrumpiendo en un set de Luchino Visconti.
En Anticristo Von Trier llevó la provocación de argumento e imágenes hasta límites antes cruzados por pocos (Pasolini en Saló, Oshima en El imperio de los sentidos, Noé en Solo contra todos). En Melancholia, la primera provocación es decepcionar a sus seguidores que pensaron que iba por más, y se habían aferrado a sus butacas en previsión del impacto: el delicado lirismo, el sutil y compasivo psicologismo, la belleza por momentos insultante de las imágenes, sorprenden y conmueven a quienes se habían preparado para los shock tactics de Los idiotas o Anticristo. Pero a no desesperar: el título de su próximo proyecto, La ninfómana, promete devolvernos al danés con navaja que en esta película se tomó un descanso.