lunes, 21 de septiembre de 2015

Distopía transhumanista y fábula

CULTURA // GUERRILLA CONICET

Hernán Vanoli: ''La literatura argentina, en general, la tolero como se tolera a la familia''

09:00 | El sociólogo, editor y escritor de la novela "Cataratas" quiebra la apacible escena literaria actual con una ficción pensada, pulida y al mismo tiempo febril. Dialogamos con el autor.

Por Mariana Kozodij // Lunes 21 de septiembre de 2015 | 09:00

Foto: Lolita Copacabana
Foto: Lolita Copacabana
Cataratas, editada por Random House, es una rara avis. No por su distopía transhumanista, que ya viene pululando por la literatura contemporánea, a veces de manera tímida y otras de manera fallida;  tampoco por su mirada política sobre el paso dictatorial y los pasados y presente democráticos.  Cataratas es una novela releída, reflexiva y trabajada: algo que no se ve editado habitualmente en la escena literaria actual.

La trama se inicia con Marcos Osatinsky, un becario que es amante de Alicia Eguren, pareja del titular de cátedra y profesor Ignacio Rucci. Un triángulo embebido en la historia peronista- sindical, teórico idealista/pragmática y guerrillera- que sirve de motor para empezar a narrar la incomodidad de un grupo de becarios  del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) que viajan a un congreso de sociología en Iguazú, Misiones.

Las cataratas que nos narra Vanoli tienen asidero en lo real como contexto geográfico, tropical y sensual. Pero son las relaciones obvias- y la sombra de las sutiles- entre la historia política, los consumos culturales, los excesos y los tráficos (de varias épocas) las que hacen que el relato sorprenda.

Cataratas está presentada en seis apartados que organizan la historia. El autor narra lo cuantitativo y lo cualitativo uniendo teoría y método sociológico con una prosa nutrida de un hiperrealismo perverso que mezcla corrupción, codicia, experimentación biológica, parias y exhibicionismo.

Las redes sociales (Google Iris, Twitter devenido en Mao) y la hiperconectividad forman parte indisoluble del universo que propone Vanoli.  Pero a pesar de esas tecnologías, nunca mejor entendidas como herramientas, los cuerpos funcionan como recipientes para enfermedades, mutaciones y como último bastión de larevolución personal; si es que existe tal cosa. Un futuro donde los cuerpos todavía mandan.

Con algunos momentos más volátiles como las riñas de "palomas moscas con hocico de gato" o el reality de Malvinas, que extienden la trama, la novela se desarrolla sólida de principio a fin.

Vanoli apela a guiños constantes con nombres, empresas, marcas y situaciones en las que un maletín con un poderoso experimento biológico y una valija decidirán sobre la vida y la evolución de este grupo de becarios.
Personajes que ya no podrán sostener el relato, que persiste,  de ser sujetos sacralizados de observación y análisis de la sociedad.

—¿Cuál fue tu disparador, además de ser sociólogo, para pensar en esta aventura llamada Cataratas?

Hernán Vanoli (H.V.) — Me atraen las novelas con muchos personajes, en general. Con muchas historias, donde pasan muchas cosas, donde el lector puede ir construyendo las geometrías en las que interactúan esos personajes. Después, la elección de los becarios viene por varios frentes. Por una parte, son unos trabajadores bastante precarizados, hay que decirlo, y a mí me interesa hablar del trabajo. También son un grupo social bastante infantilizado por su entorno, una suerte de eternos estudiantes, y me interesaba trabajar el espectro de posiciones que se pueden asumir frente a la beca, frente al sistema de investigación, frente a las tesis, era un mundo que yo conocía bastante bien por mi experiencia personal, y porque muchos de mis amigos son becarios. Entonces, por un lado está esa multiplicidad de posiciones que interactúan. Por otro lado está un desafío que como vos decís es bien de sociólogo, y es que me parecía que el trabajo de becario tiene un ambivalencia radical, al menos en las ciencias sociales, que son el mundo que conozco y sobre el que escribo. Se trata de trayectorias donde el objetivo es la generación de un conocimiento que no tiene porqué servir al mercado, que en un punto pueden pensarse como dispositivos generadores de conocimiento crítico, un conocimiento que siempre se genera colectivamente, en grupos de investigación, con directores de tesis, etc. Pero nunca se entiende bien desde dónde se efectúa esa crítica, ni tampoco se entiende cuál es su relación con el real funcionamiento del Estado.
A veces, el lugar desde donde escribe el becario es verdaderamente un no lugar, un poco tenebroso, también valiente. Después, todo ese costado de construcción colectiva se enfrenta con trayectorias súper individuales, analizadas y evaluadas de formas microscópicas como si se tratase de ciencias duras, y que fomentan destinos ultra conservadores, con un sistema de producción bien neoliberal en un punto, un modo de trabajo muy aislado, sustentado en redes de linaje y contactos personales, un carrerismo que de a momentos se burocratiza. Sabemos además que la ampliación del cupo de becarios es también un efecto de las políticas de desarrollo en ciencia y técnica de este último ciclo político, el kirchnerismo. Los becarios son, en un punto, los cabecitas rubias del kirchnerismo. El modo de vida del becario es un síntoma de nuestra falta de esperanzas en el cambio social vehiculizado por el saber sobre lo social; hace como treinta años Juan Carlos Portantiero ya había dicho que las universidades son playas de estacionamiento para hijos de las clases medias. De hecho la última novela de Piglia, El camino de Ida, es una novela básicamente sobre los mecanismos concentrados de vigilancia y sobre becarios en su senectud; uno de ellos rompe las reglas. Pero yo no pensaba en Piglia cuando escribía, eso fue una coincidencia. Yo pensaba en cómo reescribir La Educación Sentimental de Flaubert en nuestro contexto.
Siempre se trata de reescribir. Me parecía que ese libro, largo, de otra época, aburrido en largos pasajes y en otros demasiado naif, pero sin embargo genial y maravilloso, tiene muchas preguntas para aportar sobre las aspiraciones que puede tener una literatura y sobre las aspiraciones que puede tener una fracción dominada de la clase dominante en momentos de cambio social. Como Frederic, mis becarios son pequeños aristócratas del saber que buscan su destino.

— Decís que a veces el becario escribe desde un no lugar, un valiente; suena a marketing académico…

H.V. — Es que me parece que es una contradicción. Por una parte es un no lugar, es el lugar de la institución universitaria, laica, pública, autónoma, gratuita, la cuna espiritual de la clase media, su gran aparato reproductor a través de las credenciales y de la fe en un ascenso social que por lo general es falso y siempre depende de los capitales heredados –la idea de la meritocracia y el ascenso por medio del esfuerzo es el argumento principal de la Ley de Educación Superior del neoliberalismo, que sigue vigente-, y por otra parte están las trayectorias individuales que intentan sobrevivir en un sistema demente e impiadoso, altamente burocrático y separado de cualquier idea de desarrollo nacional. Quiera o no, el becario cultiva cierta intrepidez para existir en el vacío, y hay muchos que realmente tienen cosas para decir. Ahora bien, habría que empezar por reconocer que una sociedad que te obliga a elegir una carrera,  un destino, cuando tenés 16 años y atravesás la primera de las cuatro o cinco etapas de la adolescencia es un poco criminal. Una vez que una persona elige, muchas veces sin demasiadas otras opciones porque la formación de nuestras universidades públicas es totalmente abstracta e impiadosa, al menos en las facultades de humanidades y sociales, tiene que tener cierta valentía para sostenerla.
Pero esto no significa que yo haga marketing académico, sino todo lo contrario. Creo que a la academia hay que cuestionarla de raíz, como al sistema político, y principalmente a las imágenes de felicidad que nos conforman. 


— Al igual que en Pinamar, donde trabajaste con relatos de la crisis del 2001, en Cataratas se perfilan los relatos que se dan sobre la actividad académica, la política, el marketing,  las redes sociales, el tráfico de la lujuria, el dinero, los agroquímicos, etc. ¿Cómo fue el proceso de construcción de este universo que tiene los tintes necesarios para ser futuro pero que al mismo tiempo se concentran en un presente casi posible?

H.V.— Siempre me obsesionó el lenguaje de la política. Lenguaje del estado, violencia y lenguaje, el lenguaje como partícula elemental del poder. El poder necesita ser contado, y es contado por la Cultura, la Industria, la gilada o como nos guste llamarla, y la literatura es una suerte de contrarelato que vampiriza, horada, deforma. Me interesa el lenguaje del marketing porque creo que es muy performativo, mucho más rico de lo que se cree, y además ese, el del marketing, es el lenguaje de la política en la época en la que me tocó vivir. No hace falta que me refiera a los políticos, y mucho menos a los candidatos presidenciales, para que cualquiera pueda darse cuenta de que el lenguaje del marketing y de la publicidad informa al de la política pero al mismo tiempo es mucho más sensual y sugerente.

La política es la hija boba del marketing, y cuando la política supera al marketing se muestra incapaz de generar su propio lenguaje y se termina sirviendo de lenguajes del pasado. Eso es una tragedia.
Las redes sociales son un ulular constante que sólo puede ser codificado en el lenguaje del marketing; básicamente porque la materialidad de las redes sociales está estructurada para eso. Ahora bien: el hecho de que me interesen los lenguajes no significa que tuviera que escribir una novela aburrida o contemplativa. Por eso intenté unir esos lenguajes, sus rispideces, en una novela de aventuras. Dicho esto, no podía ser una historia pensada desde un realismo clásico o convencional, porque para mí eso no es realismo sino una evocación a los protocolos de lectura de la cultura literaria. Seguro es una limitación, yo siempre quiero hacer realismo y no me sale, porque no me puedo tomar muy en serio lo que pasa, siempre lo siento como la avanzada de algo mucho más siniestro y al mismo tiempo cariñoso y banal. Me interesa más el hiperrealismo, pero no entendido como “muy realista”, sino como un tipo de perspectiva que desborda los protocolos de mirada del realismo convencional sin renegar de ellos. Los personajes de Pinamar tenían otra edad y vivían en un estado de excepción donde el estado era raquítico y ni siquiera podía garantizar el monopolio del lenguaje del dinero –muchas monedas, muchos presidentes, la gente igual de vacaciones-, y hablaban el lenguaje arrebatado de una política crispada. Los personajes deCataratas viven en un estado de excepción donde el Estado es un actor central en los procesos de construcción de la subjetividad, el Estado engordó, construyó derechos y despachos, intentó enseñar el bien, pero sin embargo apenas puede garantizar la supervivencia biológica, no puede garantizar ni siquiera la privacidad porque se ve desbordado por poderes que lo exceden y con los que tiene que negociar en forma permanente. Entonces el mundo de Cataratas fue surgiendo como un universo paralelo, algo deforme, con elementos exacerbados  como la cuestión de la interfaz corporal de las redes sociales, otros congelados como el parque automotor, otros retrocedidos como el sistema de casinos instalado en las represas hidroeléctricas, pero es un mundo donde principalmente todo se negocia, mientras que en Pinamar las bandas actuaban por fuera de la ley, casi sin ley.


— Los nombres de todos los personajes tienen una intencionalidad muy fuerte (guerrilleros, sindicalistas, peronistas, famosos) como así también los lugares que visitan, las marcas que consumen ¿Desde un comienzo te planteaste esa veta tan ideológicamente visible para la historia?

H.V.— Me encantaría decirte que todo fue pensado desde el principio pero sería una mentira. La cuestión de los nombres no fue desde el comienzo, fue a medida que la historia se desarrollaba y un poco me llevaba por delante. Considero a los nombres muy importantes, por esta cuestión del realismo que veníamos hablando, no le puedo poner Juana Jiménez a un personaje y que no signifique nada, prefiero hacerlo bien artificial y que tenga un sentido. Partí de algunas hipótesis. Por un lado está la cuestión de la farándula en los ochentas, quiénes son nuestros famosos después de la dictadura militar, cuando la Argentina tiene esa enorme voluntad de reconstruir sus instituciones, modernizarse y decir “nunca más”, qué pasa en esa cuerda emocional e inconsciente que después fue recapturada por el canal Volver. Qué pasó en el ecosistema mediático en los ochentas, qué le debemos, hasta que punto la porquería que es la televisión privada argentina hoy es tributaria de eso, me parece que no está pensado. Después, está la cuestión de las generaciones de escritores. La generación mayor a la mía tiene una relación muy sacralizada con los militantes de las organizaciones armadas y los desaparecidos, en un punto se sienten culpables por no haber participado y en otro se sienten agradecidos por haber sido demasiado chicos como para hacerlo. Eso está claro en la última trilogía de Alan Pauls, esa fascinación melancólica y derrotada, pero puede rastrearse en toda una generación y sus maneras moralizantes de abordar el problema, siempre responsabilizando a la sociedad civil por su colaboracionismo, como si los escritores fueran una suerte de conciencia moral progresista de la nación. No obstante, por lo general, compraron el discurso estatal que los construye como víctimas, víctimas del terrorismo de estado.
Y aunque me parece que en un punto es cierta, a mí la figura de la víctima me parece muy problemática. Es una suerte de endiosamiento tanático que impide pensar, y en un punto es solidaria con la teoría que sostiene gran parte de la clase media argentina, más allá de su signo político, y que es que los desaparecidos eran pobres pibes arrastrados sea por las cúpulas, sea por el clima de época, que chocaron contra una maquinaria asesina, el ejército. Sinceramente creo que la dictadura militar fue nefasta, inoperante, torpe y asesina, pero también siento que aquellos que militaban en las organizaciones armadas que pretendían tomar el poder no fueron simples víctimas altruistas, fueron personas conscientes que tomaron decisiones seguro equivocadas, que decidieron matar, que decidieron combatir, que encontraron un sentido a sus vidas en objetivos que trascendían la mórbida acumulación genealógica o el turismo, que estaban fascinadas por la estética de la violencia, pero eran gente de acción, no sólo víctimas con derechos que el Estado tiene que proteger, en una figura que se usa tanto ahora, y me parece necesaria pero insuficiente porque en un punto clausura la discusión sobre la época.
Lo mismo hacen versiones de los setentas supuestamente más frescas pero en realidad más idiotas, que pintan a los militantes como personas que sólo querían coger o desplegar sociabilidad, o que por ejemplo proponen que la actividad de las Madres de Plaza de Mayo fue precursora del spam. No me sorprende, como tampoco me sorprende que la cultura de izquierdas, deplorable y añeja, no haya podido construir una épica en torno a esos combatientes, aunque es obvio porque la cultura de izquierda no cree en la trascendencia, todo termina en la muerte, el Papa es malo, etc. Si se quiere, en el universo de Cataratas los montoneros expulsados de la plaza tomaron un túnel transdimensional y fueron a parar al Conicet –un poco fue lo que pasó, exilio mediante-, con sus contradicciones, sus ambivalencias y su deseo de mejorar las formas de vida preponderantes en su entorno. Por eso elegí figuras centrales en la historia oficial, en la desaparecidología oficial, como puede ser Gustavo Ramus, pero también figuras laterales, cuyas historias no son tan conocidas, militantes rasos muchas veces asesinados en formas crueles, pero que tenían una historia de vida por detrás.


— Ubicás la posibilidad “transdimensional” de los montoneros como becarios Conicet en Cataratas… ¿los integrantes de la organización Surubí, que aparecen en tu texto, qué plano tendrían en transferencia con la historia argentina?

H.V. — El lenguaje es un juego de espejos y de sombras, y lo mismo pasa un poco con lo arbitrario de la nominación. Todos los que apelan a la transparencia, a la verosimilitud basada en un cierto vitalismo a mí me parecen unos estafadores, toman por idiota al lector. Los integrantes de Surubí no tienen ninguna referencia histórica directa, desde ya que no pueden pensarse en paralelo con las organizaciones armadas, ni con los malones, ni con los bandoleros u otras formas de violencia popular. Son otra cosa, en primer lugar porque su rasgo fundamental en tanto grupo es que son una comunidad de enfermos. Se supone que, para delimitar sus fronteras y producir un antídoto capaz de consolidarla ante los ataques exteriores, la comunidad tiene que expulsar a los débiles, producir una explicación para el sufrimiento, una teodicea, y ser capaz de expulsar a los desfavorecidos. Surubí es una comunidad de enfermos –podría decirse: de enfermos que se niegan a asumirse como víctimas-, su doctrina es una ensalada ideológica muy lábil, veneran a Henry David Thoreau (“la desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad”), leen el Corán, no tienen un programa o una creencia demasiado articulada, su utopía es defensiva y en cierta manera premoderna aunque con rasgos de millennials; sólo te piden que te infectes, que pongas el cuerpo. Su transferencia con la historia argentina es a futuro, aunque por supuesto tienen algunos repertorios de acción nacionales y populares, como el piquete, o latinoamericanos, como la vinculación con el tráfico de droga.


— Uno de los rasgos descriptivos que se repite es la manera en la que te focalizás en las expresiones faciales de tus personajes ¿Cómo trabajaste esa idea?

H.V.— Me encantan las buenas descripciones de rostros, pero no me salen, todavía las estoy practicando, creo que son uno de los desafíos más lindos del arte de narrar, entonces preferí tomar un atajo y describir sensaciones que van tomando el poder en las facciones, y en especial esos momentos donde la vacuidad del universo y los interminables momentos de espera y desasosiego que nos conforman se nos pegan en el rostro y conforman la expresión facial neutra.


— Leer Cataratas lleva inmediatamente a Huxley pero también a todo un batallón de películas como Gattaca, Brasil, Doce Monos, Matrix, etc ¿hay influencias directas del cine en tu escritura?

H.V.— Totalmente. Consumo todo el cine de ciencia ficción que puedo. Desde lo clásico hasta lo nuevo, me gusta mucho también el trabajo sobre los géneros del cine coreano y del cine japonés. Trato de pensar lo que escribo como películas, o en realidad en diálogo con las películas. Creo que la literatura es superior a los modos de entretenimiento audiovisual, pero debe escribirse en tensión con ellos. Tiene que intentar superarlos, o al menos hacer cosas que no pueden, y creo que en ese punto lo clave es el trabajo con el lenguaje, obvio, pero también con la ideología. Si voy a escribir un libro que es como una película pero más aburrido bueno, ahí hay un problema. Si creo que soy un artista visual que trabaja con palabras, otro problema. La autonomía no existe, pretender que la literatura es un refugio del entorno mediático es conservador. Tiene que ser un revulsivo. Y por supuesto que tiene que incluir un cierto nivel de abstracción que en el entretenimiento audiovisual no existe y sí es importante en las artes visuales. La poesía tiene eso. Pero, y esto es una cuestión de gusto personal, prefiero que la narrativa se parezca más al cine que a otras artes. 

— Hace unos años, en una entrevista con Ana María Shua, señalaste que  "Si no hay violencia, si  es una literatura que te pone en un lugar muy cómodo, no funciona" ¿sentís que con Cataratas pudiste lograr esa incomodidad?

H.V.— No lo sé, al menos yo me sentí bastante incómodo escribiéndola y eso es algo. Incómodo porque si bien yo ya no trabajo más en el sistema académico le reconozco muchas cosas, me formó y de ese sistema participan personas muy valiosas. Es un lugar extraño, mi familia, mis amigos pasaron o están en ese sistema. Quizás algunas personas del CONICET se sientan incómodas, quizás algunos becarios, no lo sé, yo no escribí para eso. No me interesa incomodar a personas. Me interesa interrogar dinámicas sociales e institucionales, creo que en el fondo eso es mucho más incómodo, y aunque no haya respuestas deja algo.
El otro día un amigo editor, que fue al Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre el cual la novela hace bastantes comentarios, me pasó un link del diario Le Monde que contaba que en Japón estaban cerrando las carreras de humanidades y de ciencias sociales porque consideraban que estaban fuera de época y no servían para nada. Bueno, yo creo que los japoneses, un pueblo al que admiro, son un poco drásticos, y desde ya que jamás creería que hay que cerrarlas. Quizás subordinarlas en serio al modelo de desarrollo que elige el país, quizás integrarlas de otra manera con las necesidades del estado, quizás generar un polo de alto desarrollo en teorías sociológicas, pero cerrarlas no. Es una discusión, y por supuesto que es incómoda, fijate que nadie, ningún político, ni siquiera el kirchnerismo en diez años, ningún candidato se atreve a tocar a la educación superior pública, al CONICET, son totems en la buena conciencia, parte de la identidad del “país de clase media” que somos. Creo en el poder redentor de la violencia, y creo en que discutir consensos- desde el plano de la fantasía- incomoda mucho más que “narrar las grietas de la propia clase social” desde protocolos que se regodeen tanáticamente en las fallas de la moralidad pequeñoburguesa a través de un realismo soso, o que invoquen a un reviente adolescente como fuente de una supuesta sabiduría conservadora.

— ¿Podemos pensar en Cataratas como una distopía transhumanista?; ¿Una fábula del  peronismo y guerrilla CONICET?

H.V. — A pleno, me gusta esa lectura que proponés. Una distopía –siempre en tensión con las utopías sociales, que son casi el único tema que me apasiona- y una fábula –en el sentido de una estructura simple y opaca a la vez, un tratado sobre las pasiones-. Y el peronismo, claro, que sigue siendo el gran tema, el Estado y el Peronismo, sus distancias, sus superposiciones, dos máquinas de guerra solapadas. El Peronismo es un acelerador de partículas narrativas capaz de vendernos que la guerrilla fue llevada a cabo por víctimas del terrorismo de un Estado que ahora es una enorme enfermera dadora de derechos y propulsora de la dignidad del trabajo. La construcción me resulta fascinante, desde luego que no la compro, pero es notable.


— Sos lector, crítico, escritor y editor ¿Cómo ves cada uno de esos espacios en la actualidad?; ¿Cuál es el proyecto cultural desde el que escribís? 

H.V.— Como lector, creo que se lee mucho, que el lector en general es muy paciente, y que cada vez hay más estímulos cada vez más complejos, y que un lector es no sólo un hermeneuta sino un administrador virtuoso de sus tiempos, porque todo el tiempo encuentro cosas que me interesan y lo importante, me parece, es organizarse. Me gusta leer divulgación científica y leer el discurso de las marcas, porque las marcas están en todas partes, son religiones en el clóset, como la literatura también lo es.
Como escritor, creo que todo el mundo escribe, que mucha gente lo hace muy bien, y que lo que hace falta es más discusión. En Twitter hay un chiste muy resentido que dice que hay más talleres literarios que escritores. Como todo chiste tiene una parte de verdad, pero creo que en realidad faltan más buenos talleres literarios, buenas escuelas de escritura ficcional, y buenos talleres de lectura y espacios de discusión; los que en general hacen ese chiste son poco capaces.
La literatura argentina, en general, no me gusta, la tolero como se tolera a la familia. Con respecto a la edición, bueno, es un poco largo el tema, yo estoy muy contento con el trabajo de edición que hago en Momofuku con Lolita Copacabana, a paso lento pero firme, y el papel en este país es carísimo porque hay un oligopolio muy ineficiente y un sistema industrial muy atrasado que tienen protección estatal.
Mi proyecto cultural como escritor es, en el plano personal, tratar de superarme libro a libro, y esto me requiere mucho tiempo, esfuerzo, sufrimiento y concentración, que desde luego no valen la pena en términos económicos, pero sí valen la pena en los términos de que la literatura como actividad vital tiene algo muy hermoso, casi religioso, es una manera de imaginar mundos, de combatir la estupidez propia, de suscitar emociones y discusiones que uno, espera, puedan de alguna forma intervenir en la imaginación pública para enriquecerla y densificar las experiencias de lo político, de la vida cotidiana, del consumo, de la tierna y peligrosa complejidad que tienen las relaciones humanas.

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Cataratas, de Hernán Vanoli
Novela, Literatura Random House
Buenos Aires, 2015.
456 p.



viernes, 11 de septiembre de 2015

Aún cuando es dolorosa, escéptica, pesimista, alarmista, e incluso apocalíptica, contiene una celebración del mundo

Marcelo Cohen: "La ciencia ficción es el género mejor equipado para indagar lo que nos pasa y lo que nos espera"


Marcelo Cohen llega a la Feria del Libro para hablar sobre su trabajo. Buena parte de su obra está inscripta en la ciencia ficción, género que reivindica por su potencia para captar aspectos de la realidad.




Por Flavio Lo Presti0




Como tantos autores latinoamericanos (Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Juan José Saer), Marcelo Cohen ha construido un territorio literario propio, señalado por una toponimia extravagante, un no menos extravagante registro civil y una extrañeza ligera en costumbres y entorno tecnológico que nos hace pensar en un mundo paralelo y cercano en el futuro. Se trata del Delta Panorámico, fundado al regreso de su exilio español: un homenaje a la cultura fluvial de nuestro país pero también un territorio cuyas reglas están bajo su control, y que funcionó para Cohen como un amortiguador contra el impacto de la vuelta a la Argentina.

Difusor y amante de la ciencia ficción, editor, traductor prestigiosísimo y fundador de grandes revistas culturales, Marcelo Cohen se presenta este viernes en la Feria del Libro y recibirá el sábado el premio Cultura 400 Años otorgado por la Universidad Nacional de Córdoba. Dueño de una prosa refinada y exigente, escritor renuente a la demanda pública, Cohen dialogó con Ciudad X sobre su obra y sobre el destino de la revista Otra parte, que fundó con Graciela Speranza y que abandonó el papel a favor de una versión digital.



–Usted ha manifestado una reticencia con respecto al crecimiento de la figura pública del escritor en detrimento de la atención a la escritura. ¿Cómo vive esta visita a la Feria del Libro y el contacto directo con los lectores de Córdoba?

–En general yo he sido muy descuidado con las estrategias y nunca he pensado qué hacer con mi presencia. Hace años que no piso la Feria del Libro de Buenos Aires, me parece un evento totalmente desmedido, descomunal en su cantidad de ofertas, imposible de abarcar, excesivamente duradero y muy ligado a la venta de libros. Los festivales de literatura en general no me gustan por esta razón que vos decís, porque la mínima visión que he tenido de algunos de esos festivales me da la impresión de que la gente va más a ver al escritor, incluso a escuchar qué dice, y ese tiempo de atención no redunda en un aumento del tiempo de atención a la lectura, que hoy (en el mundo de los dispositivos, de la gente entregada a la empresa personal de sí misma, a la confesión abierta, a la revelación inmediata de cualquier actividad que uno haga) ha mermado. Pero siempre he tenido una gran simpatía por la cultura de Córdoba, es una feria mucho más reducida, mucho más equilibrada y la invitación fue calurosa y ferviente y entonces espontáneamente dije sí, a eso voy. En general mi idea es: donde te quieren andá, sobre todo si creés que podés ofrecer algo. Además vino la grata sorpresa, inesperada, del premio de la Universidad.

Incluso el sueño está a punto de ser invadido. Hay gente que se levanta varias veces por noche a chequear sus mails. Y atacar el sueño es aniquilar la imaginación.

–Usted no tiene cuentas en redes sociales, y sorprende un poco el rechazo a ese punto tan incandescente de la relación entre hombres y tecnología en un escritor de ciencia ficción.

–No tengo fobia a la tecnología, soy un hombre que vive en esta época. A lo que me resisto es a que el mundo de los dispositivos y de la aceleración permanente se permita la ocupación total de mi tiempo. Lo que se produce con esa brutal tiranía de los dispositivos y de dar cuenta permanente de lo que uno hace sin prudencia, es la participación en una conversación tan multitudinaria que es un ruido. Si esas obligaciones ocupan totalmente mi tiempo, impiden algo que es sumamente necesario: la ausencia. La ausencia para tomar conciencia de algo que debemos saber: que somos un precipitado de las experiencias que hemos tenido con los demás, pero que el curso profundo y real de nuestra vida es para nosotros solos. Si uno no tiene momentos de ausencia no lo puede hacer, y tampoco masticar lo que le está pasando. Cuando no podemos estar solos y súbitamente lo estamos viene el miedo, y el miedo es el mayor estimulante de la neurosis, de la violencia, de los disparates. Incluso el sueño está a punto de ser invadido. Hay gente que se levanta varias veces por noche a chequear sus mails. Y atacar el sueño es aniquilar la imaginación.

Sin etiquetas
–¿Se siente incómodo con la etiqueta “escritor de ciencia ficción”?

–No, nunca me ha incomodado, lo que pasa es que yo matizaría eso. Hoy es muy difícil hablar de una sola manera de la ciencia ficción. Algunos de mis maestros literarios son escritores de ciencia ficción, que me ha ofrecido muchas cosas en cuanto al placer de la lectura y a la riqueza del pensamiento. Los grandes escritores de ciencia ficción, sobre todo a partir de los años ‘60, son muy sensuales, de una sensualidad dolorosa o fragante. No tengo problemas con la etiqueta, además creo que es el género mejor equipado para indagar lo que nos pasa hoy con lo que nos espera muy inmediatamente. Pero mi formación y las lecturas que yo quiero no son sólo esas, estoy formado y sigo leyendo literatura muy distinta.



–En “Ciencia Ficción, Utopía y mercado”, Pablo Capanna dice que la ciencia ficción salvó el impulso de abordar los grandes temas cuando la ficción generalista se retrajo hacia una interioridad estéril.

–Hay un momento culminante en cuanto a la retracción y la economía a la desnudez de la literatura central que es un camino hacia la indagación de las posibilidades del lenguaje de tomar contacto con lo real, algo totalmente inverso al de la ciencia ficción. La ciencia ficción, aún la más crítica, la más preventiva, tiene un intento de apropiación del afuera. Aún cuando es dolorosa, escéptica, pesimista, alarmista, e incluso apocalíptica, contiene una celebración del mundo. Hay una mirada sobre la prodigiosa diversidad de lo real de cuyas mezclas y combinaciones siempre salen cosas nuevas. Todos sabemos que de esa suntuosa diversidad, el lenguaje nunca va a poder hacerse cargo. Pero en la ciencia ficción está ese deseo. De todos modos, yo abogo por la mezcla. Hoy hay una gran cantidad de escritores muy interesantes, como Oliverio Coelho, Leonardo Oyola, Luciano Lamberti, o como Germán Maggiori. Estos escritores nuevos mezclan el pop, la televisión, los espectáculos populares, los mitos, los personajes ficticios de la cultura popular, el policial barrial, la comedia negra, muchas cosas con detalles de prospectiva. Con elementos futuristas. Y eso está un poco más allá de la ciencia ficción o es una ampliación de la ciencia ficción. Y a mí me gusta por lo tanto no hablar de ciencia ficción sino hablar del fantástico.

–A esta altura del desarrollo del Delta panorámico, ¿qué relación tiene con ese proyecto? ¿cómo lo ve?

–Y bueno, es un lugar donde yo vivo buena parte del tiempo, no te puedo decir más que eso. No me puedo ir de allá. Desde que empecé a escribir en el Delta Panorámico hay un solo libro mío, Impureza, que transcurre en un lugar que no es exactamente ese. M. John Harrison, uno de los mejores escritores vivos y de los pocos que hace literatura realmente fantástica, tiene una frase que yo cito mucho: la literatura fantástica es el viaje al extranjero de la literatura. Yo me paso buen tiempo ahí, en ese lugar hipotético, con la impertinencia y la confianza que me permite quedarme todo el tiempo que quiera sin molestar. También pasan cosas imprevistas, y en la medida en que las cosas que uno hace suceder se mezclan con los imprevistos, uno se conmueve. Y la mirada desde ese lugar sobre nuestro mundo es mucho más despejada, para mí, que la que uno tiene sobre este mundo mientras está adentro.

Estar en "Otra parte"
Junto a la ensayista Graciela Speranza, con quien se casó en 1993, Marcelo Cohen fundó la prestigiosa revista Otra parte, que tras 12 años y 30 números dejó de salir en papel en julio de 2014 y se pasó a una versión on line.

“La revista en papel estaba hecha por un equipo que incluía un consejo de asesores formado hace 15 años, es una revista independiente que exige mucho esfuerzo, constancia, y notábamos que el interés de los colaboradores ya no era el mismo. De modo que decidimos interrumpir, terminar el ciclo de papel, e ir a la web porque es una manera de tener muchos más lectores”, explica Cohen.

Y añade: “Queríamos reivindicar el muy desmejorado arte de la reseña breve que a lo largo del siglo 20 tuvo momentos culminantes y que hoy está muy abandonado, subestimado, maltratado. Tratamos de hacer reseñas breves que el lector pueda leer rápido pero que contengan las mejores posibilidades retóricas que ofrece el tratamiento del tema, textos alejados tanto del papel académico escrito para congresos como del periodismo apresurado. Ahora decidimos de vez en cuando hacer algo en papel, un nuevo ciclo que no tendrá una periodicidad fija: serán entregas, y la primera va a salir a fines de octubre. No queremos abusar del papel porque no hay que contribuir a la tala excesiva de árboles, pero de vez en cuando hay que tener algo que se pueda dar de mano en mano, el contacto de una persona a otra a través de un hecho físico”.








En la Feria del Libro. Marcelo Cohen dialogará acerca de su obra con Raquel Garzón. La cita es el viernes 11 a las 19.30 en el Patio Mayor del Cabildo (Independencia 30). En la UNC. El sábado 12 a las 12, en el Auditorio Facultad de Lenguas (Vélez Sársfield 187), Cohen se referirá a la tarea del traductor y recibirá el Premio Universitario de Cultura “400 años”.

Perfil. Marcelo Cohen nació en Buenos Aires, en 1951. Es traductor, crítico, novelista y editor. Entre 1975 y 1996, residió en España. Publicó las novelas Insomnio, El sitio de Kelany, El oído absoluto, El testamento de O’Jaral, Inolvidables veladas, Donde yo no estaba, Impureza, En casa de Ottro, Balada y Gongue. Es autor asimismo de los libros de cuentos El instrumento más caro de la tierra, El buitre en invierno, El fin de lo mismo, Hombres amables, Los acuáticos y La solución parcial, y de los volúmenes de ensayos Buda, Realmente fantástico! y Música prosaica. Dirige la colección de ciencia ficción Línea C de la editorial Interzona.




Tomado de http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/marcelo-cohen-la-ciencia-ficcion-es-el-genero-mejor-equipado-para-indagar-lo-que-nos

viernes, 21 de agosto de 2015

Frikiloquio 2015

Ya está la primer circular. Búsquenlá, piensen, lean, escriban, vayan, búsquenmé ahí, leanmé, escríbanmé.

Una realidad que está en su futuro

II Festival Espacio Enjambre
Sábado 22 de agosto, 18hs: Los monstruos sagrados
¿Cómo construimos la literatura de una realidad que está en su futuro? ¿De qué manera la ciencia puede tomar a la literatura como una tecnología anticipatoria? Diálogo cruzado entre escritores y científicos.
Invitados: Yamila Begné (escritora), Alejandro Alonso (periodista y escritor) Néstor Toledo (escritor y paleontólogo).
Modera Laura Ponce.

sábado, 8 de agosto de 2015

El futuro no es el mismo en todas partes

Ciencia ficción africana: una demoledora y utópica perspectiva del futuro

LA CIENCIA FICCIÓN OCCIDENTAL HA ESTADO ASOCIADA A LA URBE, EL DESARROLLO TECNOLÓGICO Y LA CRÍTICA SOCIAL; EN ÁFRICA, ESTÁ RELACIONADA CON LA POSIBILIDAD DE SOÑAR UN FUTURO INDEPENDIENTE, O MEJOR, PROPIO

POR: PIJAMASURF - 06/08/2015 A LAS 13:08:22

Screenshot de "Pumzi", de Wanuri Kahiu (2009)
Screenshot de “Pumzi”, de Wanuri Kahiu (2009)
En Occidente la ciencia ficción ha sido vista como un ejercicio de previsión del futuro, además de un extraordinario vehículo de divulgación científica; sin embargo, el contexto tecnológico de Occidente deja fuera la realidad histórica del continente africano, donde la relación entre la tecnología y la vida cotidiana cuenta una historia muy diferente.
Antologías como AfroSF: Science Fiction by African Writers son provocadoras e interesantes porque nos muestran que el futuro no es el mismo en todas partes. En palabras del blogger ghanés Jonathan Dotse, “la ciencia ficción puede crear conciencia en África sobre el enorme potencial de la innovación indígena para mejorar los estándares de vida”. Y continúa:
Nuestras naciones necesitarán incrementar significativamente sus inversiones en instituciones e infraestructura tecnológica requerida para crear y sostener esta innovación. Tales iniciativas, costosas y de largo plazo, no ganarán apoyo público sin un discurso público que muestre el amplio espectro de su propio desarrollo social. Este es exactamente el tipo de discurso que la ciencia ficción provoca, y puede ayudar a dar forma dentro de las sociedades africanas.
La escritora nigeriana Nnedi Okorafor piensa que “mucha ciencia ficción occidental es insular y ensimismada”, por lo que sus novelas tratan de reflejar “al continente africano como el lugar moderno que es. No veía a nadie soñando acerca de su futuro”.
En la referida antología, Okorafor participa con el relato “Spider The Artist” acerca de arañas robots que vigilan los ductos petroleros del delta del río Niger. Este retrato del futuro es extraordinariamente vigente, gracias al proyecto de seguridad de G4S, el gobierno de Estados Unidos y diversas universidades, que financian con 11 millones de dólares la producción de un sistema de vigilancia automatizado para los ductos. Los robots no son todavía máquinas asesinas (y de hecho parece que podrían realizar muchas tareas positivas para el medio ambiente), pero una de sus tareas será la de proteger el petróleo de las comunidades nativas nigerianas y de los rebeldes que se disputan la propiedad de la tierra y sus recursos con las potencias extranjeras.
Otro ejemplo es la película Pumzi, un mediometraje de Wanuri Kahiu de 2009 situado en una Kenia postapocalíptica, donde el recurso más difícil de encontrar es también el más valioso, el agua. Tecnologías de purificación de orina como las retratadas en la película se vuelven realidades tangibles poco a poco: en 2012, cuatro mujeres nigerianas presentaron un proyecto que no sólo purifica la orina para convertirla en agua, sino que transforma los desechos en energía eléctrica. Un generador sería capaz de convertir 1Lt de orina en 6 horas de electricidad.
Para Okorafor y muchos narradores africanos, la escritura de ciencia ficción no es solamente un anticipo tecnológico del futuro, sino una manera de darle imagen e imaginación a un lugar que históricamente ha sido botín de las grandes potencias europeas; se trata nada menos que de la oportunidad de escribir —literalmente— la historia y el destino de África en sus propios términos. Como dice Okorafor, “desde que comencé a prestar atención a los detalles y a considerar las implicaciones de los años por venir, comencé a ver el futuro de África y el futuro de la civilización humana en formas que nunca había visto antes”.

Con información de African Bussiness Magazine


domingo, 12 de julio de 2015

La ciencia ficción latinoamericana y la rioplatense tienen características e identidad propias

Domingo 12 de julio de 2015 | Publicado en edición impresa

Nota de tapa/2



Crónica de su tiempo y metafísica de la innovación



Por Daniel Gigena | LA NACIONSEGUIR



De una manera menos visible que otras producciones literarias actuales -y en parte debido a la escasa visibilidad que se le concede al género-, la ciencia ficción escrita en la Argentina es un género que resiste y que adquiere nuevas resonancias mientras la ciencia y la tecnología transforman el mundo, además de nuestra manera de percibirlo. No sólo en el formato del libro impreso sino también en congresos académicos, revistas y fanzines, encuentros de lectores con autores e ilustradores, páginas web. "Pequeñas cofradías", como las llama el escritor y docente Gonzalo Santos, autor de la novela El nudo celta de la calle Bioy Casares.

"Hay varios grupos dispersos que hacen tertulias, en ocasiones entregan premios, tienen sus revistas -comenta Santos-. Algunos, por ejemplo, pretenden refritar esas tramas pulps y románticas con doncellas raptadas y mutantes interplanetarios de diez ojos; otros aspiran, como los escritores de lo que se llamó New Wave (Aldiss, Ballard, Disch), a construir una ciencia ficción más elaborada desde el punto de vista estilístico, en general con resultados poco satisfactorios. Tal vez lo más interesante de la actualidad son los libros de ciencia ficción «dura» que han ido apareciendo, relatos muy fundamentados desde el punto de vista científico y que para la tradición argentina del género representan una novedad. Pienso en Siccus, de Miguel Hoyuelos, y lo que escribe el nieto del viejo Breccia, Mariano Buscaglia, sin el más mínimo autobombo, con una treintena de seudónimos diferentes."

Otro joven narrador, Esteban Prado, autor de la flamante novela Ana, la niña austral, donde la ciencia ficción se entrecruza con el terror, la literatura fantástica y la historia de amor, deja entrever que en el género se debaten tensiones entre fuerzas sociales. "Detrás de protocolos, simuladores, congresos y testeos, detrás de la ciencia, está el capital, pero en algún lugar también está el fantasma de ciencia ficción, que se multiplica y nos interpela a través de la literatura, el cine y la televisión. Los científicos son mi estereotipo de lo que sería un constructor de «futuro» -opina-. Si los científicos son constructores de futuro, los escritores estaríamos en algún punto cerca de los matemáticos, constructores al cuadrado y en abstracto. Mi intervención en el género es tangencial y heterodoxa, sin embargo la novela no pudo haber sido concebida sin la ciencia ficción. Su atmósfera está cruzada por la ciencia, el poder y la fantasía."

Sobre el estatuto de la ciencia ficción, Nicolás Mavrakis, narrador, ensayista y autor de El recurso humano (una novela que enfoca las relaciones de la ciencia ficción con los avances en el campo de la informática), sostiene que la ciencia ficción es el género sobre el que recae la pregunta por el sentido de la innovación tecnológica, una pregunta que, según él, la ciencia y sus especialistas ya no consideran que sea necesario responder ni explicar.

"Asociada a la expansión del capital en todas sus formas, la ciencia probablemente no tiene tiempo que perder contestando inquietudes metafísicas -dice Mavrakis-. La ciencia ficción no vuelve porque no se había ido; por el contrario, intensifica una vez más su pregunta habitual: ¿en qué transforma la tecnología y la ciencia a nuestra imaginación? ¿Cómo esas alteraciones en la imaginación influyen en nuestro mundo? Lo que me interesa es cómo la tecnología digital altera la forma en que las personas se imaginan a sí mismas y entre sí al momento de establecer relaciones y eso es algo que la ciencia no responde porque no le interesa. Ellos crean la máquina, inventan Facebook, lo comercializan, lo masifican, pero avanzan sin detenerse a responder qué cambios han producido con sus inventos en la subjetividad".

TRADICIONES SECRETAS

Canales emblemáticos de difusión de la ciencia ficción local han sido las revistas. Desde las míticas El Péndulo y Más Allá, dirigidas respectivamente por Marcial Souto y Héctor G. Oesterheld, hasta Axxon, Próxima y Sinergia, las publicaciones de ciencia ficción, con cuentos, historietas, ensayos e investigaciones, crearon una comunidad de lectores fieles al mismo tiempo que intentaron establecer una delimitación de un género en cierto modo permeable, ya que es uno de los más sensibles a los cambios históricos.

Ante el avance de la tecnología y la ciencia aplicada, muchos relatos de ciencia ficción hoy resultan previsibles o, como se suele afirmar, "anticipatorios". En 2014 se sumó a esas publicaciones el blog de la Federación Argentina de Ciencia Ficción, presidida por Héctor R. Pessina (editor de revistas, traductor y especialista en la materia) y que, con la colaboración de Buscaglia y Christian Vallini Lawson, reúne artículos, entrevistas, rescates e información útil para investigadores y lectores.

Laura Ponce, editora de Ediciones Ayarmanot, sello dedicado exclusivamente a la difusión de la ciencia ficción escrita en español, comenta: "Creo que la mejor ciencia ficción es crónica de su tiempo. Aunque hable de otros planetas, aliens o robots, es una herramienta única para cuestionar el presente. Habla de nuestra sociedad, de nuestros temores o deseos, y su verdadero tema es la naturaleza humana. La ciencia ficción latinoamericana y la rioplatense tienen características e identidad propias, fruto de nuestras formas culturales, nuestra tradición literaria y el modo en que imaginamos el futuro".

¿Cómo describir ese modo? Para figurarlo, Ponce recomienda de su catálogo a Néstor Toledo (Umbral y océano y otros cuentos), Chinchiya P. Arrakena (Tatuajes en espejo), Teresa P. Mira (Diez variaciones sobre el amor) y Mario Daniel Martín (Piratas genéticos), pero también a otros escritores que experimentan con el género, como Hernán Vanoli (Varadero y Habana maravillosa), Martín Felipe Castagnet (Los cuerpos del verano) o Marcelo Carnero (La boca seca), autores de una ciencia ficción de límites más borrosos. Con sus "ficciones mestizas", Daniel Diez, Roque Larraquy, Gilda Manso, Yamila Begné, Sebastián Robles, Pablo Martínez Burkett y Carlos Godoy, entre muchos otros escritores en actividad, agregan dimensiones políticas, afectivas o poéticas al género.

A veces los críticos, pero también las editoriales con sus planes de reediciones y de antologías para públicos juveniles, suelen acudir a los mismos nombres de autores consagrados para configurar un panorama nacional del género: Marcelo Cohen, Angélica Gorodischer, Ana María Shua, Carlos Gardini, Elvio Gandolfo. Más atrás en el tiempo, en un consabido viaje al pasado, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y los omnipresentes Cortázar, Borges y Bioy Casares comandan un canon a fuerza de repetición y criterios más bien elásticos. Alfredo Grassi, Adolfo Pérez Zelaschi (en septiembre se cumplen diez años de la muerte de este autor bonaerense), Lisardo Alonso, Luis María Albamonte, Ernesto Bayma, Eduardo J. Carletti continúan en el olvido.

"Pero no sólo ellos -agrega Santos-. La mayor parte de quienes publicaban en los años 50, 60, 70 u 80 son completos desconocidos tanto para la crítica como para los académicos. Creo que tenemos una gran deuda con esos escritores. No es que no exista la ciencia ficción argentina, como decía Elvio Gandolfo, lo que ocurre es que nadie parece estar dispuesto a arremangarse y realizar excavaciones arqueológicas."

MÁS LIBRE IMAGINACIÓN QUE FUTUROS OSCUROS

Por Armando Capalbo. Para La Nación

Un apresurado panorama de la ciencia ficción literaria anglófona del presente muestrada cuenta de una paradójica moderación en el tratamiento de mundos o realidades inverosímiles, pero sí de una renovada galería de seres de la imaginación, de una extraña convivencia con la híper y la nanotecnología, de encuentros o convergencias interdimensionales y de la inexorable condición inestable de lo físico humano, a partir de la figuras remozadas del mutante, el cyborg y el clon.

Por su lado, lo fantástico y lo alucinatorio se dan la mano para orquestar contracaras de la normativa tradicional del género, buscando casi trastornar lo proyectualmente concebible y acariciar lo indefinible. Lo postmórfico, lo ultratecnológico y lo transdimensional postulan una metafísica de lo recóndito, un universo donde lo plausible gratifica mucho más a la libre imaginación que a los anticipos de un futuro oscuro de sojuzgamiento de libertades individuales, a la manera de la ya añosa serie posapocalíptica.

Ray Bradbury, Isaac Asimov, Arthur Clarke, Frank Herbert, Philip Dick, Harlan Ellison o Richard Matheson son hoy más monstruos sagrados que referentes para quienes actualmente escriben y publican.

Revisando textos de autores como Richard Morgan, Robert Charles Wilson, Greg Bear, Neal Stephenson, e incluyendo a quienes sólo incursionan como David Mitchell o Michael Chabon, se comprueba una tibia nueva etapa respecto de sagas de fines del pasado siglo XX como The Night's Dawn, de Peter F. Hamilton, o Miles Vorkosigan Saga, de Lois McMaster Bujold, pero a la vez un cierto tributo o una sutil continuidad de sólidas ficciones como A Fire Upon the Deep, de Vernor Vinge, Hyperion Cantos, de Dan Simmons, o la ya canónica Neuromante, de William Gibson.

Está intacta la visión escéptica sobre el desarrollo de la civilización contemporánea, tratada ahora desde lo trágico y lo cómico para reflexionar sobre la condición poshumana y su identidad anómica.

Los nuevos escenarios ahistóricos y poscivilizatorios -habiendo olvidado a la distopía y eal ya viejo cyberpunk- encuadran a una entidad que alguna vez fue humana y que se debate entre la propia incertidumbre ontológica, la falacia de lo real y el lento derrumbe de lo culturalmente conocido, jaqueada en un territorio de diversidad y ensueño, insignificante o prescindible en el gran continuum espacio-temporal y caracterizada por el cruce de lo sublime y lo ridículo por seguir creyéndose especie privilegiada.



tomado de http://www.lanacion.com.ar/1808975-cronica-de-su-tiempo-y-metafisica-de-la-innovacion

lunes, 6 de julio de 2015

Especial Renacimiento femenino

SALIÓ PROXIMA 26 - ESPECIAL RENACIMIENTO Emoticono grin
Este número especial realizado íntegramente por mujeres, contiene:
ARTÍCULO
Heroísmo masculino y femenino, por Paula Irupé Salmoiraghi
ENTREVISTA
Angélica Gorodischer, por Laura Ponce
EVENTO
Pórtico - Encuentro de Ciencia Ficción, por Chinchiya P. Chinchiya Arrakena